Daniela Ivette Aguilar
ALESSANDRA PRADEL MORA
Abrazamos al mundo, pero abracemos al mundo siendo lo que somos.
Armando Hart Dávalos
No puedo pensar a mi padre como a los grandes intelectuales en que encontró su modelo, sino como un ensayista que transitó de la poética de la escritura a la política de la escritura.
Liliana Weinberg
Ante una de las preocupaciones más sentidas del foro relacionada con los campos digitales, en cuanto instrumentos del imperialismo en la batalla cultural, y la forma en la que a través de las redes sociales se oculta el monopolio de los contenidos, así como la alta concentración del poder comunicacional, lo que impone y veta mensajes de manera arbitraria, considero que parte de dar la guerra cultural en contra del suministro de contenidos banales que deshumanizan al individuo, y en contra de la adicción a las redes sociales y tecnologías afines, es necesario, en paralelo, tomar otras medidas que ayuden a combatir la sobresaturación de la información, la confusión que crean estos medios de comunicación digitales y, por lo tanto, la indefinición por amplias capas de la sociedad con respecto a una postura política clara, y ya no digamos a un compromiso organizativo permanente.
No pretendo aquí hacer un recorrido de la importancia de la escritura y del libro como tecnologías para la preservación del conocimiento y, por lo tanto, de las culturas de nuestra América. No obstante, quisiera recalcar algunos puntos que podrían coadyuvar a la creación de bancos de contenidos digitales para el resguardo de la memoria de la emancipación y, de esta manera, fortalecer los sistemas de producción de mensajes de información, recreación y formación política que están al servicio de los valores colectivos de la humanidad.
La historia del libro en América tiene antecedentes que han marcado generaciones durante siglos a partir de la introducción de la imprenta. Sin embargo, en la cultura latinoamericana, en particular, el libro es la representación del desarrollo de un programa intelectual, materializado en un proyecto editorial que ha interpretado y re-creado la historia de nuestra cultura, y ha tenido como horizonte el diseño de una biblioteca que ayude a nuestra América a reconocerse a sí misma. En pocas palabras, el libro se convirtió en la síntesis de un proyecto cultural.
En este sentido, podemos partir de que la cultura es un conjunto de proyectos que es necesario leer y nutrir a través de una política de lectura, lo que debe traducirse en programas editoriales de largo alcance que contribuyan a consolidar una política del libro. Sería extenso hablar de los grandes pasos que la Revolución cubana y la Revolución bolivariana han dado en este sentido. Sin embargo, me gustaría apuntar brevemente la manera en la que, en mi país, México, se constituyó esta política.
Después de la Revolución mexicana, hubo un inmenso esfuerzo por generar un vasto, generoso y audaz proyecto educativo y cultural, centrado en el libro como herramienta para la educación permanente, la formación política y la socialización de las ideas. En consecuencia, un libro nunca se pensó de manera aislada, sino integrado a colecciones, bibliotecas y proyectos de lectura para dotarnos de una tradición de pensamiento, es decir, de una identidad. De esta manera nacieron la mayoría de las colecciones editoriales que hoy son columna vertebral de la cultura mexicana, como los libros de la Secretaría de Educación Pública (SEP), los breviarios del Fondo de Cultura Económica (FCE) o las colecciones de Educal.
No obstante, este proceso no ha sido ajeno a la historia del libro en Latinoamérica, la cual ha tenido cuatro grandes momentos: la cultura impuesta, la cultura admitida, la cultura revolucionaria y la cultura propositiva. Para darle sentido a cada uno de esos momentos, es necesario colocarlos en sus dimensiones históricas, geográficas, culturales, económicas, políticas y sociales.
Con excepción de las tradiciones editoriales cubanas —a partir de la revolución de 1959—, bolivariana —a partir del ascenso y crecimiento del proyecto chavista— y, con sus aristas, mexicana —a partir de la creación del FCE en 1934—, la ausencia de políticas culturales orientadas a largo plazo y capaces de estimular la creación y la crítica; la banalización de los valores por el mal uso de los medios de comunicación de masas —en particular, los digitales—; el consumo; las modas, y los procesos de mercantilización, que en conjunto han degradado los logros culturales de nuestros pueblos, han provocado la pérdida de un gran acervo cultural que nos permitiría discutir, encontrar puntos de encuentro y entrelazar nuestros esfuerzos por generar los contenidos emancipadores que tanto añoramos.
Sin embargo, este escenario general acerca de la tradición editorial en Latinoamérica nos lleva inevitablemente a preguntarnos qué tipo de movimiento cultural y artístico debe vincularse dentro de lo que entendemos como Latinoamérica y el Caribe. Me atrevería a decir que la Revolución cubana fue la primera plataforma concreta para analizar este problema, mediante el desentrañamiento estructurado de las tres raíces que constituyen nuestra participación en este movimiento: la africana, la españolalatina y la aborigen.
Gracias al esfuerzo de intelectuales y artistas latinoamericanos, quienes, en un primer momento, intentaron buscar una identidad, fue como se creó el concepto cultural de el Caribe, el cual podemos comprender como una zona geográfica muy amplia, como afirmara José Martí: una “América al sur del río Grande”. Esta zona de América, donde se estableció la economía de plantaciones y ganó fuerza el sistema esclavista, experimentó la otra cara de este proceso de colonización y neocolonización imperialista: el entrecruzamiento cultural entre hombres y mujeres que trajeron su arte y su cultura.
En un segundo momento, la Latinoamérica antiimperialista comenzó a plantear preguntas al mundo, pues ya sabíamos quiénes éramos, de forma que pudimos cuestionar nuestro futuro y el de la humanidad. Las experiencias de Cuba y Venezuela son muy ricas en este sentido porque fusionan el antiimperialismo, el socialismo y el patriotismo. Cada país, desde sus particularidades y momentos históricos concretos, pero al mismo tiempo desde sus semejanzas y sus historias entrecruzadas y paralelas.
En consecuencia, esta nueva cultura, que día con día seguimos construyendo, tiene los elementos materiales mínimos para el desarrollo de la capacidad y la libertad creadoras. Sin embargo, la manera en la que esta cultura se expresa —considerada como concepto— tiene múltiples aristas. Por un lado, por sus circunstancias históricas y su origen inmediatamente popular, posee una sobresaliente fuerza movilizadora de masas, que además genera la participación directa de éstas en la creación cultural; y, por otro, nos delega la obligación de propiciar que esta creación inmediata y masiva del pueblo también pueda desenvolverse mediante investigaciones más elaboradas, con el objetivo de ir desarrollándola más profundamente, sin que se pierdan su viveza y su fuerza creativa.
Para lograrlo considero que es necesaria una sociedad en la que las masas, el proletariado y las clases oprimidas, sean quienes dirijan su presente y su futuro, lo que sólo es posible mediante la organización permanente y la dirigencia de un partido que estructure y articule a estas masas, siempre en relación dialéctica con ellas. En consecuencia, las instituciones culturales deben ser dirigidas y ocupadas por el pueblo oprimido, lo cual, en definitiva, implica un esfuerzo de formación política y técnica permanente.
Por último, me gustaría agregar que, por provenir de distintos orígenes, esta cultura tiene una vocación y un sentido universales, pues, como dijera Martí, nuestra herencia no niega la del resto del mundo, al contrario, forma parte de ella. No obstante, lograr este objetivo pasa, por un lado, por el hecho de que el fondo del movimiento cultural siempre tiene una raíz relacionada con la ideología y con la política, y, por otro, por el hecho de que, para que el arte transmita el mensaje de un pueblo y, en consecuencia, se consolide como una cultura universal, tiene que ser buen arte —es decir, arte que sacuda el espíritu, que interpele críticamente el presente, que estimule la creación—. Para ello, además, debemos tener claridad en dos cosas: en primer lugar, se necesitan políticas públicas enfocadas exclusivamente en hacer crecer nuestras creaciones artísticas y, en segundo, cualquier movimiento cultural es una mezcla del fondo ideológico de cada uno de los elementos que lo conforman, por lo que, para comprender la manera en la que se combinaron, es necesario conocer en qué medida se articularon y en qué grado se expresaron los movimientos artísticos de los pueblos que llegaron a América.
En consecuencia, para que se exprese nuestra cultura, debemos ser capaces de crear un arte consciente, un arte que nazca de nuestra identidad y nuestras necesidades como pueblo en constante lucha por su emancipación, ya que sólo de esta manera se vivirá la más humana de las políticas y, por lo tanto, se sentirá su mayor influencia. En consecuencia, independientemente de la política que rige los países que conforman la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (REDH), debemos defender un concepto popular, de clase y de participación colectiva en el movimiento cultural.
Espero que después de este breve análisis acerca de la creación cultural en Latinoamérica y el Caribe, se comprenda que el “libro sigue siendo el soporte material sobre el que se construye la sociedad de la información; más aún, es inadmisible aceptar que exista una tensión entre el libro y las [comunicaciones digitales]; en última instancia, los espacios virtuales como internet sólo son posibles por la preexistencia de la letra impresa”.1 Por ende, el rescate de la creación cultural contenida en los libros es de suma importancia, no únicamente para seguir construyendo nuestra identidad, sino también para trazar alternativas para el presente y el futuro que nos exigen la humanidad y el planeta. Por lo tanto, como editorial Viandante2 consideramos que en esta tarea tenemos el papel fundamental de rescatar del olvido intencionado nuestra cultura, para así lograr dar el paso hacia nuevos cuestionamientos y soluciones, a partir de nuestra propia historia y de su fusión con la de todos los pueblos oprimidos del mundo.
* Ponencia escrita como parte de la participación en el foro Revolución y Cambio de Época en el Siglo XXI, llevado a cabo del 3 al 5 de febrero de 2022, en la ciudad de Caracas, República Bolivariana de Venezuela.
1. Gregorio Winberg, El libro en la cultura latinoamericana, p. 16.
2. La Cooperativa Editorial Viandante nació en 2012 en la Ciudad de México con la intención de hacer de la edición una praxis política que ofrezca posibilidades de transformación para nuestras sociedades. Dicha iniciativa no pretende agotar la respuesta nodal a la pregunta “¿para qué editar?”, pero sí hacer de este cuestionamiento una vía por la cual transitar. Para mayor información, véase: editorialviandante.wordpress.com