El localismo y sus limitaciones

por | NÚMERO TRES

Gabriel Cruz Zamudio, El rey, Tinta y acrílico sobre papel de algodón, 25 × 34.5 cm, 2024.

El presente artículo es la segunda parte de la reflexión iniciada en el número anterior sobre las implicaciones de considerar la teoría del valor como postulado normativo. En particular, se propone en esta entrega que es necesario trascender algunos planteamientos de que la escala local es en la que pueden combatirse los males del capitalismo, para, en su lugar, centrar la mirada en las relaciones que se establecen entre lo local y el resto del mundo como objeto de reflexión sobre el que debe incidir la acción política.

Introducción: De cómo se hacen chiquitos los objetivos

En la Primera declaración de la Selva Lacandona del 1 de enero de 1994, el ezln advertía sobre su intención de avanzar hacia la capital del país, emancipando a comunidades a su paso y “permitiendo a los pueblos liberados elegir, libre y democráticamente, a sus propias autoridades administrativas”. Convocaba, además, a la población de México a apoyar su plan de lucha. En la declaración no se mencionó una sola vez la palabra “indígena”, ni “pueblos originarios” pues se partió de una reivindicación del pueblo trabajador, considerándolo el verdadero forjador de la “nacionalidad” (el singular es significativo).

Gabriel Cruz Zamudio, Viejito, Tinta y acrílico sobre papel de algodón, 25 × 34.5 cm, 2024

El alcance que se pretendía en el alzamiento zapatista tenía un carácter nacional explícito y central. Cuando la respuesta popular no fue la unión al alzamiento armado, sino el llamado a la no represión del ejército mexicano y a la paz, el EZLN optó por recular en su “avance” militar a la Ciudadde México, pero ni remotamente renunció a sus intenciones de extender el movimiento a la nación. Ese mismo año convocó a la Convención Nacional de Aguascalientes como un esfuerzo para que todos los movimientos del país se reconocieran, definieran objetivos en común y establecieran relaciones de organización para avanzar agendas y establecer redes de solidaridad con miras en resistir la represión.

La emergencia de un discurso que desafiaba al neoliberalismo y a la globalización en un mundo en que el “socialismo real” había caído y en el que occidente declaraba el Fin de la Historia,[1] interpeló al mundo entero, en especial porque se hacía desde un sitio insospechado: la periferia de la periferia, las comunidades originarias de México. Las izquierdas de Occidente encontraron formas de salir de atolladeros mentales, “el partido” tan central como estrategia, fue reemplazado por intentos de encontrar nuevas formas de organizarse. El EZLN percibió ese alcance y amplió sus miras.

En 1996 convocó al Primer encuentro intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, mejor conocido como Encuentro intergaláctico, en las montañas del sureste mexicano. Un año después, el segundo encuentro tuvo lugar en España.

El Ejército Zapatista apuntaba a los monstruos que estaban devorando personas y al planeta en su conjunto: el neoliberalismo y la globalización como dos caras de la misma moneda, las transnacionales como sus conductores. Señalaba, además, estrategias de movilización, con el internet como herramienta de resistencia y organización y la horizontalidad en la toma de decisiones como única práctica legítima de acción política. Todo ello fue un aporte del EZLN al mundo, el cual se puede rastrear en diversas materializaciones.

Para 1999 estalla la llamada “Batalla de Seattle”, un movimiento en contra de una reunión de la Organización Mundial de Comercio, la primera de una andanada de protestas en contra de estos monstruos. La ciudad estadounidense vio con asombro cómo un movimiento sin líderes centrales, y haciendo alarde de imaginación, puso en jaque al aparato represor policiaco y no sólo “importunó” a los directores corporativos de trasnacionales y a sus lisonjeros representantes de gobiernos, sino que alcanzó a minar la hegemonía del discurso dominante.

¿Cómo se transitó de ese alcance internacional al “estamos solos” con que el subcomandante Moisés describió el estado del movimiento zapatista y sus comunidades en enero de 2024, 30 años después del alzamiento?[2], ¿cómo, el movimiento de movimientos, la red de nodos, donde cada uno era un colectivo organizado, una comunidad, terminó para los zapatistas en sólo nodos aislados?

Muchas causas jugaron evidentemente y pocos las conocen del todo (yo no me encuentro entre ellos). Es evidente que las prácticas contrainsurgentes permanecieron con gobiernos de todos los colores, acciones que van desde la promoción de la división entre comunidades mediante la introducción de alcohol o -plantean los zapatistas- programas sociales,[3]pasando por el apoyo a grupos antagónicos para agudizar conflictos por tierra, agua y/o religiosos, hasta llegar a la formación de grupos paramilitares. Para empeorar las cosas, actualmente se enfrenta una escalada de crimen organizado que deriva en el control territorial por los cárteles en disputa.

Gabriel Cruz Zamudio, Tecuani, Tinta y acrílico sobre papel de algodón, 2024.

Pero además de causas externas y de la respuesta del jugador contrario (que no se iba a quedar con las manos cruzadas por supuesto), hay causas más próximas, como la traición de la izquierda partidaria en 2001, faltando a la palabra de votar a favor de la ley Cocopa[4] y, más íntimamente, el sectarismo acostumbrado en las izquierdas y que floreció con fuerza en el ezln en multitud de juicios que terminaron en la expulsión de quienes habían servido como aliados y que tuvo como uno de sus momentos más importantes el llamado a la abstención en 2006, cuando el fraude que colocó a Calderón en la silla presidencial dio origen a una escalada de violencia que aún parece lejos de ser revertida.[5]

Acá se pretende llamar la atención a otro factor más: el repliegue del ezln en la autonomía local, el reemplazo progresivo de las pretensiones de cambio nacional por la noción de que, si esa escala no se dejaba, habría de crearse a nivel local el “otro mundo posible”. Los caracoles fueron el más luminoso esfuerzo en ese programa.

El problema que se plantea en el presente ensayo es que el localismo tiene una sentencia de fracaso si no es capaz de trabajar al mismo tiempo en otras escalas. Advierto al lector que en lo subsiguiente se estarán reduciendo las posturas localistas a una versión muy específica, la que plantea que es la escala comunitaria, rural, cooperativista en la que pueden resolverse los problemas civilizatorios, pero, como se verá al final, aunque este modelo es puesto como ejemplo extremo para atacarlo como hombre de paja, en realidad la sentencia es válida para cualquier otro movimiento que obvie las escalas mucho mayores en las que se definen los problemas que se enfrentan en el entorno inmediato.

Piensa global, actúa local… y en las mayores escalas que puedas

Como generación, abrazamos un conjunto de conceptos del zapatismo y del movimiento antiglobalización. Y una parte muy importante de nosotres acompañamos la evolución de planteamientos que transitaron desde los alcances nacionales y/o globales, hasta pensar, no sólo que lo local era lo prioritario para construir y resolver para avanzar en escalas mayores (no hay redes de nodos si no hay nodos), sino que posiblemente era la medida en que había de diseñarse esa otra forma de relacionarse de las personas entre sí y con la naturaleza que permitiera el arribo de la nueva y verdadera humanidad (lo que en el patriarcal lenguaje es conocido como “la era del hombre”).

Para muchas personas de nuestra generación, lo local devino en la escala de acción desde dónde construir un modelo civilizatorio, uno de escala razonable, con relaciones humanas de confianza, democracia directa y hasta prácticas amigables con el ambiente, para dar la verdadera lucha contra los cimientos del capitalismo. En el horizonte, una red de cooperativas y colectivos con gestión horizontal donde la enajenación del trabajo no existiera. La idea es preciosa, pero tiene limitaciones que han pegado con tubo, las cuales se analizan a continuación para el caso del localismo rural mexicano.

 

Gabriel Cruz Zamudio, Santiago, Tinta y acrílico sobre papel de algodón, 2024.

En México, el localismo, si bien ha tendido vertientes urbanas, tiene su corazón en lo rural, principalmente por la característica singular de tener una propiedad “social” (ejidos y comunidades agrarias), con sus propios sistemas de gobierno fincados en asambleas donde se ejerce la democracia directa (aunque sólo para los ejidatarios y comuneros, en general hombres y en general siendo una pequeña parte de la población de las localidades centros urbanos de núcleo agrario). La capacidad de decisión de los ejidos y comunidades agrarias fue hasta los ochenta mayor a la de los municipios, de forma que, prácticamente, constituyó un cuarto orden de gobierno con amplios espacios de autonomía (definición de zonas productivas, ordenamiento urbano, potestad para establecer y asignar “solares urbanos” y control de los recursos hídricos en el territorio, entre otras singularidades), con una interlocución directa con el gobierno federal, es decir, casi no requerían establecer relaciones con los municipios y los gobiernos estatales.

Esta propiedad social y la matriz indígena de gran parte del campo mexicano, constituyeron un contexto para el desarrollo de una versión extrema de localismo que tiene en las comunidades rurales su locus de desarrollo perfecto: los intentos por la independencia del sistema capitalista prometían tener sentido en una escala que, aparentemente, podría lograr la autarquía, entendida como la autonomía completa respecto de las prácticas de explotación de personas y naturaleza.

El problema de todo esto es que, apenas se necesite vender un producto agrícola, todo vale queso, no sólo en México, sino en el mundo: como resultado de la tecnología de la revolución verde –es decir, del paquete tecnológico ambientalmente terrible de tecnificación (principalmente de tractores), agroquímicos (principalmente fertilizantes y pesticidas) y monocultivos– y de subsecuentes avances en la productividad, la agricultura sostuvo la sextuplicación de población en tan solo un siglo. Como resultado, también, los precios de los productos agrícolas se fueron a los suelos, resultando en que el trabajo en el campo fuera menos remunerado y propiciando una transferencia de plusvalía masiva del trabajo del campo hacia la ciudad.

Durante todo el siglo incrementó la producción agrícola y el sector primario perdió participación en la economía mundial, de modo que los precios son tan bajos que, o puedes producir a lo bestia o desapareces del mercado. La economía campesina ni remotamente puede tener acceso a las inversiones necesarias para ser “competitiva”, de forma que termina por ser autártica en la pobreza más miserable, quedan en ella millones de personas desechables para el modelo económico (no el neoliberal, el capitalista en general) en un proceso de agonía que, para México, es descrito por Carton de Grammont,[6] a partir de las Encuestas Nacionales de Gastos e Ingresos en los Hogares, como “desagrarización” y que tiene dos vías: 1) la progresivamente menor cantidad de familias campesinas, es decir, de familias que tengan parte de su economía vinculada a la producción agropecuaria en terrenos propios, y 2) la participación cada vez mayor de los ingresos no campesinos en las familias campesinas (salarios, remesas y trasferencias de gobierno principalmente).

Gariel Cruz Zamudio, Diabla, Tinta y acrílico sobre papel de algodón, 2024.

Esta descripción del proceso de empobrecimiento del campo en el siglo XX entraña una contradicción de escalas que más vale empezar a sacudirse, pues si bien se reconoce en general que el empobrecimiento campesino es un resultado histórico del sistema capitalista tras la revolución industrial, primero, tras la terciarización económica, después[7] y con el neoliberalismo casi como tiro de gracia,[8] a pesar de ese reconocimiento de que se trata de un fenómeno mundial de larga data, se cree que en lo local está la solución. Es un absurdo mayúsculo.

Si se quiere evitar la condena de muerte que el mercado impone a la economía campesina, quedan dos opciones:

1) Se cierran fronteras, se limita la producción de grandes corporativos, se regulan las prácticas agrícolas campesinas para evitar carreras productivistas, se incentivan prácticas amigables “sustentables” y se permite que los precios de los productos agrícolas se eleven hasta que empiecen a reflejar el trabajo real invertido por el campesino mediante prácticas productivas poco eficientes (a veces, ineficiencia ambientalmente deseable), con lo que se favorece al campo pero se desprotege a los pobres urbanos.

2) Se subsidia la producción campesina, estableciendo precios de garantía, facilitando insumos y propiciando (financiando parcialmente) regulaciones productivas, es decir, programas sociales como Sembrando Vida, la entrega de fertilizantes y los precios de garantía a productos clave, todos ellos medidas del sexenio de López Obrador. También pueden mencionarse otras estrategias que no fueron tan explotadas, como los seguros a la producción, el pago por compensación de no producción (requerido por motivos ambientales o para sostener el precio de algunos productos) y la promoción de la articulación entre centros urbanos y su entorno rural próximo, por ejemplo, mediante la obligación de que los desayunos escolares se elaboren con productos campesinos estatales o regionales. Debe señalarse que aún no se han publicado estudios para saber si con los programas de la 4T se ha detenido o no la tendencia a la desagrarización.

Las opciones anteriores no son excluyentes, pueden idearse diversas combinaciones entre ellas. Cada alternativa generada tendrá complicaciones técnicas tremendamente difíciles de operar y aún quedará fuera del esquema la creciente población rural que no tiene acceso a tierra, pero nótese el punto: cualquiera que sea la opción EL FUTURO DE LAS Y LOS CAMPESINOS NO ESTÁ SOLO EN SUS MANOS, cualquier cosa que ocurra con ese sector de la población, requiere un acuerdo colectivo que involucre lucha política, al Estado y soluciones no óptimas, sino mediadas por los alcances políticos de cada actor (la dichosa correlación de fuerzas). Cualquier opción significará una refuncionalización del campesinado frente al resto de la sociedad en la que éste resto de la sociedad ha de transferir recursos, o sea, trasformar la forma en que se está dando el intercambio de valor entre distintos sectores productivos. Eso rompe de tajo los principios de autosuficiencia y autogestión que guían al localismo.

Al pensar que mediante mecanismos de desarrollo endógeno locales (léase proyectos de agricultura orgánica, pequeñas redes de comercio solidario o desarrollo de cadenas productivas para agregación de valor), se pueden resolver los problemas campesinos, se confunde la escala de la tienda elitista Green corner con la de la Central de Abasto y se cae en una tontería casi tan liberal como la de asegurar que todo pobre puede salir de su condición por su propio esfuerzo.

El localismo, entendido como postura que plantea que es en esa escala donde se construyen modelos civilizatorios y utopías, es voluntarismo puro en el mejor de los casos y liberalismo escondido, en el peor. Por ello, no es de extrañar que los organismos multinacionales vean tan favorablemente los esfuerzos por generar pequeños proyectos productivos en el campo.

Por supuesto, lo anterior toca los proyectos autonómicos, pero también por supuesto, no los niega. Ese es uno de los grandes temas a discutir a partir del reconocimiento de las relaciones de mutua dependencia y de la transferencia de plusvalías que implica, lo que será materia de la siguiente entrega.

Gabriel Cruz Zamudio, Diablo, Tinta y acrílico sobre papel de algodón, 2024

Notas

  1. El concepto fue acuñado por Fukuyama en 1992 en el libro El fin de la historia y el último hombre que se convirtió en un clásico neoliberal instantáneo. En la obra, Fukuyama pretende “descubrir” que tendencialmente los regímenes de gobierno se dirigen a la democracia liberal, lo que “explica”, a partir de que ese régimen resolvería los enfrentamientos sociales de la manera más estable posible.
  2. La primera vez que el subcomandante Moisés pronunció esa frase fue en el evento del 25° aniversario del alzamiento 2019, en un evento que se celebró a puerta cerrada, es decir, sólo entre miembros del ezln; 5000 de ellos se dieron cita y compartieron, en medio de un ambiente que Ángeles Mariscal, en su reportaje en “Pie de página” describió como con “un dejo desolador”, por más que se reivindicó la estrategia de lucha porque “todo lo que hemos construido lo tenemos cargado nosotros”(véase, Mariscal, 2019 enero 1, ¡Estamos solos!, Píe de página, https://piedepagina.mx/estamos-solos-ezln/); En contraste, el aniversario de 30 años fue festivo y abierto, con una reflexión sobre “lo común” que puede considerarse muestra de la persistencia zapatista, como también la reiteración del “estamos solos”, aunque se haya hecho en un tono más optimista, según se recupera en la nota de Gloria Muñoz (2024 enero 2, ezln, 30 años, “Celebran zapatistas con desfile, baile, teatro y hasta mariachis”, La jornada).
  3. El argumento de los zapatistas es que los programas de gobierno han servido para dividir a las comunidades e inhibir la organización colectiva que sólo puede gestarse “realmente” si se renuncia a los apoyos de gobierno. El argumento podría ser entendible si los programas fueran otorgados selectivamente comprometiendo posiciones políticas para ser beneficiario. Sin embargo, no es este el caso si son los zapatistas los que exigen a sus miembros no recibir los programas y expulsan a quien los recibe. Claro que ante esa posición zapatista, una medida “contrainsurgente” podría ser otorgar más apoyos, pero si así ha de leerse la atención a problemas sociales por parte del gobierno, pues estamos fritos, todo programa será entendido como sólo hecho para la “desmovilización”, lo que es un sinsentido mayúsculo.
  4. La propuesta de Ley tomó el nombre de la Comisión de Concordia y Pacificación, un órgano oficial de la cámara de diputados que tenía la obligación de traducir en propuesta de ley a los acuerdos alcanzados en 1995 entre el gobierno federal y el EZLN en los diálogos llevados a cabo en San Andrés Larrainzar. La propuesta de la Cocopa, que contenía de forma central el reconocimiento de los pueblos indígenas como sujetos de derecho, fue aceptada por ambas partes; sin embargo, Ernesto Zedillo traicionó la palabra y nunca llevó la iniciativa al congreso, mientras que, cuando Fox sí lo hizo en 2001, el senado, con la participación de la izquierda electoral encarnada en el PRD, realizó cambios profundos en la propuesta de ley, desdibujando el derecho a la autodeterminación y colocándolos, nuevamente, como objetos de interés público.
  5. No será nunca posible saber el peso de la convocatoria a la abstención en la facilitación del fraude, quizá éste hubiera ocurrido igual sin ese llamado, pero visto en retrospectiva, desde la cual siempre es fácil juzgar, el pecado en términos de sangre de la posición política zapatista es muy severo.
  6. Carton de Gramamont, H. (2009) La desagrarización del campo mexicano, Convergencia Revista de Ciencias Sociales, 50: 13-55.
  7. Se conoce como sector terciario al comercio y a los servicios (es decir, productos intangibles como una consulta médica, una obra de teatro, una asesoría jurídica o un préstamo bancario) que son, desde hace décadas, el sector dominante económicamente. Debe mencionarse también que es un sector que tiene tantos componentes, que debería ser considerado, en realidad, sectores diferentes, divididos en, por ejemplo, comercio, servicios culturales y servicios financieros.
  8. El neoliberalismo abatió aún más los precios agrícolas locales al abrir las fronteras, además de eliminar subsidios vitales para la supervivencia campesina.