TEXTO Y PINTURAS DE SANTIAGO ROBLES
En el mes de julio del presente año, el arquitecto Ernesto Bejarano convocó a un grupo de artistas, en el que tuve la fortuna de ser considerado, para que cada una y uno de sus integrantes creara obras artísticas que pudieran incorporarse al discurso curatorial que él estaba desarrollando para el Museo Fuego Nuevo (diseñado originalmente por el arquitecto David Peña, inaugurado en 1998) en la alcaldía Iztapalapa de la Ciudad de México.
Dicho recinto se encontraba reparándose en su totalidad. La voluntad de Bejarano era que las obras realizadas en la actualidad pudieran dialogar con la colección permanente, conformada en gran medida por donaciones de piezas prehispánicas que los propios vecinos del Cerro de la Estrella han realizado a través del tiempo de manera voluntaria. El museo volvería a abrir sus puertas, atiborrado de visitantes y completamente transformado, el 26 de septiembre del actual 2024.
Para mí colaboración, decidí trabajar en un tríptico pictórico para cuya realización utilicé huizache (café), pericón (amarillo), añil (azul) y grana cochinilla (rojo), así como papeles amate que había traído de San Pablito Pahuatlán, y láminas elaboradas en Arte Papel Vista Hermosa del Valle de Etla, Oaxaca, proyecto iniciado por el maestro Francisco Toledo en el año de 1998.
En la primera parte de la obra representé la creación ilícita prometéica del fuego originario, la cual antecede inmediatamente a la fundación del tiempo dentro de la cosmogonía mexica.[1]
Ce Tochtli (Uno conejo), huizache, grana cochinilla, pericón y añil sobre papel amate y Arte Papel Vista Hermosa, 2024.
Como guía para la elaboración de esta primera parte de la pintura, utilicé el escrito Los brotes de la milpa, cuya más reciente edición se publicó este 2024,[2] en el que el historiador Alfredo López Austin se refiere, entre muchos otras cosas, a la traducción que en 1945 realizó el investigador Primo Feliciano Velázquez del Códice Chimalpopoca (elaborado en la segunda mitad del Siglo XVI). Este documento consta de tres apartados, siendo “La leyenda de los soles” el que nos interesa en el presente texto, pues en él se otorga una relevancia particular al mito del diluvio. En él, los protagonistas cometen una enorme transgresión al unir dos opuestos complementarios: el fuego, elemento celeste, y los peces muertos, componentes fríos y acuáticos. Las deidades del cielo enfurecen y castigan a los responsables convirtiéndolos en perros; sin embargo, el pecado (la asociación de los contrarios) ya había sido consumado.
A continuación, el pasaje tal cual es citado por el gran maestro López Austin en el apartado “Los cinco soles, el diluvio y el restablecimiento del mundo” de la publicación referida:
Primer relato[3]
Aquí está la narración sabia de cómo se estableció la tierra, cómo se estableció todo, y lo que es sabido de cómo se empezaron, como se iniciaron los Soles, hace 2513 años contados hasta el día de hoy, 22 de mayo de 1558.
El tiempo del primer Sol, llamado Nahui Océlotl (Cuatro Jaguar), duró 676 años. Los que entonces vivieron fueron devorados por jaguares en el año nahui océlotl. Su alimento era chicome malinalli (siete hierba torcida).[4] Ése fue su alimento. Vivieron 676 años y durante 13 años fueron devorados por las fieras, los destruyeron, los exterminaron. Entonces también desapareció este Sol. Su año fue ce ácatl (uno caña). Empezaron a ser devorados en un día nahui océlotl, y así fue que en este signo acabaron y perecieron.
El nombre del siguiente Sol es Nahui Ehécatl (Cuatro Viento). Los que vivieron en ésta era fueron llevados por el viento, se volvieron monos. El viento se llevó sus casas, se llevó sus árboles. Este Sol también fue llevado por el viento. Los que entonces vivieron comían matlactlomome cóhuatl (doce serpiente); fue el alimento con el que vivieron 364 años, hasta que desaparecieron en un solo día, durante el cual fueron llevados por el viento. Perecieron en el día nahui ehécatl. Su año fue ce técpatl (uno cuchillo de pedernal).
Siguió el Sol Nahui Quiáhuitl (Cuatro Lluvia). Los que vivieron en este Tercer Sol fueron destruidos por una lluvia de fuego y se volvieron guajolotes. El Sol también ardió. Y todas las casas de quienes vivieron en el tercer Sol fueron incendiadas. Vivieron 312 años, hasta que fueron destruidos por el fuego en un solo día. Su alimento era el chicome técpatl (siete cuchillo de pedernal). Su año fue el ce técpatl (uno cuchillo de pedernal). Perecieron en un día del signo nahui quiáhuitl (cuatro lluvia) y murieron siendo niños. Por eso hasta ahora se llama [a los niños y a los guajolotes] coconepipiltin (crías infantiles).[5]
El nombre del siguiente Sol es Nahui Atl (Cuatro Agua) porque hubo agua 52 años. Los que vivieron en el cuarto Sol, que fue por 676 años, perecieron, se ahogaron y se convirtieron en peces. El cielo se inundó en un solo día y así fueron destruidos. Comían nahui xóchitl (cuatro flor), éste fue su alimento. Su año fue el ce calli (uno casa). El día nahui atl fueron destruidos. Todos los cerros desaparecieron. El agua permaneció 52 años. Acabado el tiempo de quienes entonces vivieron, el dios Titlacahuan dijo al llamado Tata y a Nene, su mujer:
—¡Ya no hagan otra cosa! Ahuequen un ahuehuete muy grande y métanse en él cuando llegue el ayuno,[6] cuando se hunda el cielo.
Tata y Nene entraron en el ahuehuete. El dios los tapó y dijo a Tata:
—Solamente comerás una mazorca de maíz y tu mujer solamente comerá una.
Cuando terminaron de comer su maíz notaron que iba disminuyendo el agua; ya el tronco no se movía. Destaparon el tronco y encontraron peces muertos. Entonces sacaron el fuego con un encendedor de barrena[7] y asaron los peces.
Los dioses del cielo estrellado, Citlallatónac y Citlalicue, miraron hacia abajo y preguntaron indignados:
—Dioses, ¿quién ha encendido el fuego?; ¿quién ha ahumado el cielo?
Inmediatamente descendió Titlacahuan Tezcatlipoca, quien reprendió a los causantes de la ira de los dioses estelares:
—¿Qué haces, Tata? ¿Qué hacen ustedes?
Cortó entonces las cabezas a Tata y a Nene y se las puso en el culo. Desde entonces se transformaron en perros.
El cielo se ahumó en el año ome ácatl (dos caña). Así es que vivimos nosotros; así es como se encendió el fuego.
Cuando el cielo había quedado colocado había sido el año ce tochtli (uno conejo). Había sido de noche durante 52 años. En el año ce tochtli quedó colocado el cielo, y ya cuando estaba colocado, fue cuando los perros lo ahumaron, como se dijo. Y cuando el encendedor de barrena se encendió, después de que Tezcatlipoca encendió el fuego, ahumó el cielo otra vez, en el año ome ácatl […].[8] El nombre de este [último] sol es Nahui Ollin (Cuatro Movimiento). Es nuestro Sol, en el que nosotros vivimos. La señal está aquí: la caída del Sol en el fuego divino de Teotihuacan […].[9]
Hasta aquí la cita del mito. La segunda parte de la obra pictórica representa un paisaje del entorno de Ixtlapalapan o Iztapalapa en tiempos prehispánicos durante la celebración del xiuhmolpilli, la atadura de los años. “Amarrar el tiempo” quiere decir que cada 52 ciclos se buscaba impedir que éstos se rompieran y para ello, se debían llevar a cabo todos los rituales necesarios para que el cosmos y la vida pudieran continuar existiendo. Del lado izquierdo de la pintura, podemos observar el Huixachtepetl o Huixachtecatl, hoy conocido como Cerro de la Estrella, en cuya parte superior se encuentra el mamalhuaztli o bastón de fuego que corona al templo en donde se realizaba (y se realiza aún) el ritual del Fuego Nuevo. Enfrente, hay un sahumador que quema copal en ofrenda a los dioses junto a la constelación que al encontrarse en el cenit del firmamento, cada 52 años, era interpretada como una señal para realizar el ritual.
Ixtlapalapan. El pueblo puede salvar al pueblo, huizache, grana cochinilla, pericón y añil sobre papel amate y Arte Papel Vista Hermosa, 2024.
Del lado izquierdo hay un árbol de huizache, mismo que le otorga su nombre al monte, y alrededor de éste se ubican los símbolos duales del agua y el fuego, los opuestos complementarios encargados de otorgar la vida y dinamizar el cosmos. En la base del cerro, reconocemos un brasero encendido con forma de maguey, similar al que se encontró en épocas recientes en el pueblo de Colhuacan, también de la alcaldía Iztapalapa.
Las raíces de la montaña son serpientes, símbolos de los flujos, de las corrientes, una de ellas se convierte en un río que desembocará al sur del lago de Tetzcuco. Dentro del agua, en primer lugar, podemos encontrar los glifos de los cuatro pueblos que conformaban el Nautecutin, el señorío originario de la región constituida por Huitzilopochco, Mexicaltzinco, Colhuacan e Ixtlapalapan.
Posteriormente, a orillas del lago, se puede observar a un agricultor trabajando en su chinampan (cercado de cañas). Del lado derecho, a una mujer navegante que lleva en su acalli o canoa, productos del campo para comercializar, principalmente tequixquitl o sal prieta, que fue producida abundantemente en esta región lacustre. En el extremo derecho encontramos a Cipactli, terrible monstruo oscuro y frío, cuyo cuerpo se convierte en uno de los árboles sagrados que mantienen separadas las aguas terrestres de las celestes.
Regresando a la base del cerro, advertimos un manojo de carrizos amarrado por los extremos que simboliza el atado de los años. A continuación, visualizamos a los cuatro sacerdotes que vienen caminando lentamente desde el Templo Mayor de Tenochtitlan con el cautivo que será sacrificado, el cual originará el fuego y cuyo corazón y sangre serán el alimento para que la vida continúe existiendo. A la derecha, encontramos a la gente escondida en sus casas, a las mujeres embarazadas, así como a las niñas y niños con sus máscaras de penca de maguey que los protegen de ser transformados en fieras y ratones, respectivamente, durante este cambio de época.
Finalmente, encontramos los glifos que representan los 17 pueblos que hoy integran la alcaldía. De esta manera, podemos transitar a través de un puente histórico que une el pasado y el presente de una población milenaria, actualmente más viva y luminosa que nunca.[10]
Mexayacatia (máscara de maguey), huizache, grana cochinilla, pericón y añil sobre papel amate y Arte Papel Vista Hermosa, 2024.
NOTAS
[1] Para mayores referencias sobre este tema, consultar, por ejemplo, la conferencia “La celebración del fuego nuevo entre los mexicas” impartida por el doctor Patrick Johansson. Cuenta de YouTube de El Colegio Mexiquense, A.C. (vista el 19 de noviembre de 2024).
[2] Alfredo López Austin, Los brotes de la milpa. Mitología mesoamericana (México: Ediciones Era, 2024), 51-54.
[3] El texto original del que deriva esta versión se encuentra en su original en náhuatl y en la versión al español de Velázquez, en Leyenda de los soles; la traducción en pp. 119-120 y el texto en náhuatl en las hojas de fotografías del documento original.
[4] Nombre calendárico del alimento. Tanto los dioses como las criaturas tenían nombres calendáricos.
[5] Juego de palabras, pues las palabras pilli y cónetl, con sus plurales pipiltin y cocónetl, significan “niños” y “pequeñas crías” (cónetl y cocónetl en el hablar femenino); pero ambos términos se usan también para referirse a los guajolotes, y de allí surgen dos mexicanismos que se usan para designar estas aves domésticas: “pípilas” y “cóconas”.
[6] El texto dice tozoztli, lo que significa “ayuno”, o puede referirse a la veintena del año que lleva este nombre.
[7] El texto en náhuatl dice tlecuáhuitl, o sea, “palos para fuego”. Son dos maderos que se colocan uno en sentido horizontal y otro en sentido vertical, rotando el vertical para provocar fricción sobre el primero. Con esto se produce la ignición.
[8] A continuación se narran aquí la creación y la ruptura del Monte del Sustento, que permitió la salida del maíz y los demás alimentos con los que los hombres serían nutridos.
[9] A continuación se narra en el texto original el mito del nacimiento del Sol en Teotihuacan, el cual aquí se omite.
[10] Los agradecimientos correspondientes a la elaboración de este proyecto se encuentran en: santiagorobles.info/ixtlapalapan-el-pueblo-puede-salvar-al-pueblo/ (consultado el 20 de noviembre de 2024).