#SHOW BLITZKRIEG | CÉSAR CORTÉS VEGA |
I.- CONTRA LOS BOBOS DE LA BELLEZA
¿Un peluche cualquiera puede ser revisado desde las significaciones del arte? Muchos debates son posibles para tratar un asunto aparentemente superficial, mismos que no es posible dar de un tajo. Acá propongo una entrada mínima. Y es que, así como la meritocracia delimita las funciones sociales desde una autoridad acotada por un cerco de privilegios, los bobos de la “belleza” apuntalan la disciplina del arte partiendo de una estratificación gestionada por delirios de grandeza y supuestos talentos heredados de tradiciones, muchas de ellas basadas en la imposición. El argumento de la “belleza”, entonces, sirve como coartada de la sumisión ante un estado de cosas vigente y para un orden que no es en realidad “El orden”, sino el acomodo a conveniencia de las condiciones históricas prevalecientes. El arte como algo superior e inalcanzable, y no como potencia de subjetividades sociales. Todo aquello que no entra en la categoría, es tratado luego como simpleza producida por la masa.
En un breve texto sobre estética, Enrique Dussel (2024, pp. 173-181) hace notar una falsa respuesta cuando se plantea la pregunta acerca de la función del arte. Su contraargumento sostiene que tal práctica no puede reducirse a un dilema idealista, solo referido a la comunicación de una conciencia estética a otra, mediante una “comunidad de vivencias”. Más allá de eso —agrega—, siendo que el quehacer de lo humano puede ser el intento de comprensión del ser, que implica el dotarle de sentido a los entes [1], el artista reactualiza tales acercamientos mediante la intuición.
El argumento de la «belleza» […] sirve como coartada de la sumisión ante un estado de cosas vigente
Y aunque tal cosa raya, por un pelo, en una metafísica religiosa, la reflexión de Dussel vira hacia una recuperación de lo concreto, cuando agrega que la respuesta sobre la misión del arte no se encuentra en sí mismo, sino en la búsqueda de algo distinto a una belleza superficial, de carácter ontológico, mediante la comprensión de los significados de ese ser en una época específica. Su expresión técnica es, entonces, solo un medio para que, más allá del concepto, sea posible un alumbramiento:
La obra del artista cumple justamente con su tarea de develar el ser, de perpetuarlo como develado, de impedirle que se cicatrice la herida a través de la cual se muestra el ser que estaba oculto […] la obra de arte “saca” del mundo cotidiano al ente descubierto en su ser, lo torna inutilizable, lo saca del círculo desgastador de cosa pragmática. (p. 178)
Siendo que Dussel fue formado desde la teología, que luego incorporó a la política, su interpretación tiende a la posibilidad de que estos hallazgos sean de naturaleza profética. Pero, lejos de imaginarlos como anuncios por mera iluminación de lo que vendrá, agrega que la labor del artista es, según las íntimas condiciones del presente, revelar el fundamento de lo que ha sido olvidado y, en ello, a quienes han sido olvidados por los procesos históricos de dominación en las luchas por la hegemonía que hacen prevalecer ciertas ideas, eclipsando otras. El propósito es que con ello las generaciones nacientes puedan edificar el porvenir con base en lo que antes estaba oculto. Y, el giro más interesante: a contrapelo de una belleza convencional y, por lo tanto, fútil. El arte que emerge de tales fundamentos puede ser monstruoso y abyecto a los ojos de un moralismo que ha cerrado la herida, cuando aquello que se reactualiza es capaz de revelar que lo grotesco, o eso que es nombrado así mediante una estabilización de positividad productiva, en realidad implica la aparición de los espectros que el espectador antes percibía tan solo como nada o como aquello que no deseaba ser advertido desde el horror.
Fotografías: Paola Paz Yee, de la serie Antihéroe clandestino, 2023.
Y aunque tal cosa raya, por un pelo, en una metafísica religiosa, la reflexión de Dussel vira hacia una recuperación de lo concreto, cuando agrega que la respuesta sobre la misión del arte no se encuentra en sí mismo, sino en la búsqueda de algo distinto a una belleza superficial, de carácter ontológico, mediante la comprensión de los significados de ese ser en una época específica. Su expresión técnica es, entonces, solo un medio para que, más allá del concepto, sea posible un alumbramiento:
La obra del artista cumple justamente con su tarea de develar el ser, de perpetuarlo como develado, de impedirle que se cicatrice la herida a través de la cual se muestra el ser que estaba oculto […] la obra de arte “saca” del mundo cotidiano al ente descubierto en su ser, lo torna inutilizable, lo saca del círculo desgastador de cosa pragmática. (p. 178)
Siendo que Dussel fue formado desde la teología, que luego incorporó a la política, su interpretación tiende a la posibilidad de que estos hallazgos sean de naturaleza profética. Pero, lejos de imaginarlos como anuncios por mera iluminación de lo que vendrá, agrega que la labor del artista es, según las íntimas condiciones del presente, revelar el fundamento de lo que ha sido olvidado y, en ello, a quienes han sido olvidados por los procesos históricos de dominación en las luchas por la hegemonía que hacen prevalecer ciertas ideas, eclipsando otras. El propósito es que con ello las generaciones nacientes puedan edificar el porvenir con base en lo que antes estaba oculto. Y, el giro más interesante: a contrapelo de una belleza convencional y, por lo tanto, fútil. El arte que emerge de tales fundamentos puede ser monstruoso y abyecto a los ojos de un moralismo que ha cerrado la herida, cuando aquello que se reactualiza es capaz de revelar que lo grotesco, o eso que es nombrado así mediante una estabilización de positividad productiva, en realidad implica la aparición de los espectros que el espectador antes percibía tan solo como nada o como aquello que no deseaba ser advertido desde el horror.
Este argumento, llevado más allá de su primera acomodación trascendentalista, hace pensar en qué sería si fuese viable la potencia de una exaltación así, ya no individualizada, sino colectiva, con base en semejante conciencia. Porque justo eso es lo que puede mover el rumbo de la historia: un entendimiento radical y distinto de lo que habita el mundo. En este sentido, el arte no sería aquello que adorna la existencia desde lo bello, ni lo que ha sido realizado solamente sobre la tradición en el desarrollo de técnicas específicas. Cualquier mirada que lo reduzca a esas meras economías relativas y a un sistema de intercambio de valores dados, sería tan mediocre como toda apreciación superficial y estetizada. Si atendemos, por el contrario, a definiciones como las de Dussel, el arte implica la gestión intuitiva de sensibilidades para la preconcepción de un poder constituyente en el cuerpo colectivo, cuya operación sea paradójica respecto a la anterior. Una “función” otra. Y esto no es poca cosa, pues supone una inteligencia de las masas capaz de ser autoconsciente de su posición ante sus propias ideas compartidas. Por supuesto, esto es algo multifactorial que no puede reducirse a un solo momento, pues esos procesos no son unilaterales ni lineales. Circunstancialmente, lo deseable sería que todo aquel perteneciente a una conformación de sistemas estáticos, pudiera ir reconociendo cualidades de la conciencia que le permitieran si no ser, necesariamente, “artista” en los términos estrictos y superficiales en los que concebimos su figura, sí un buscador de experiencias, abierto a la posibilidad de percibir esas revelaciones, muy en el sentido de esa célebre frase del promotor teatral y anarquista argentinoboliviano Liber Forti: “Los artistas no son una clase especial de personas, más bien, cada persona es una clase especial de artista”.
Fotografías: Paola Paz Yee, de la serie Antihéroe clandestino, 2023.
Z.- RECORDATORIO (¿EXISTE EL ARTE?)
¿Qué cosa? Esto: los intentos de este espacio repasarán siempre el problema de la inteligencia social colectiva (general intellect) y su relación con el arte, sus declaraciones como superación de ideas preconcebidas, tanto como las estrategias intuitivo/reflexivas de la generalidad, que tienen también el peligro de ser cooptadas de manera radical. ¿De qué cosa? De lo común. Marx en sus cuadernos de juventud llamados Grundrisse (1972) —un libro muy mencionado en este espacio—, nos dice:
[…] lo que aparece como pilar fundamental de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo directo ejecutado por el hombre ni el tiempo por él trabajado, sino la apropiación de su propia fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y su dominio de la misma, gracias a su existencia como cuerpo de la sociedad; en una palabra, el desarrollo del individuo social. (p. XXXVI)
Ese es el lugar para una fuerza de la que se tienen muchas referencias concretas, pero a la que extrañamente se le suele mencionar poco en su justa dimensión, en parte gracias a la inmediatez de la materialidad del trabajo y sus relaciones prácticas. La apropiación de esa “fuerza productiva general” no solo implica su referencialidad en operaciones concretas, sino qué y cómo se está negociando cuando se habla de tiempo y gestión de tal pujanza social colectiva. Justo lo que Dussel intenta aclararnos en su breve texto sobre estética acerca de una toma de conciencia ideológica ante lo que mueve los impulsos productivos, más allá de su materialidad elemental y sus relaciones. Las ideas (políticas, legales, culturales), pues, que sostienen tales esfuerzos y sus equilibrios económicos [2].
Entonces, acá el arte no está metido a la fuerza en estos temas. Y diría que ni siquiera puede ser tratado como arte a secas. El arte, ese arte parcializado y reificado, es otra cosa, o no existe si se le mira de cerca. Es, pues, intrascendente cuando se evoca como temática anecdótica o desde su factura formal. Existen, sí, prácticas en las que la subjetividad se gestiona y desarrolla de varias maneras. Luego, también sus reguladores, muchos de ellos, quienes lo administran pujando por convertirlo en un producto, al hablar de sus colores y formas, de su factura simplificada.
Censores de doble moral, que, por un lado, amonestan y sermonean, sin pensar en estas cosas, y por el otro enarbolan un tipo de expresiones, universalizándolas, cuando se trata de formas cuya subjetividad alcanza tan solo a mostrar una parte de su contexto y no su totalidad. Porque todo objeto merecería una atención concentrada en los procesos que lleva detrás para su ejecución: su objetivación, relativa siempre a una subjetividad en pugna. Un florero de yeso de la más simple factura o la figura del Dr. Simi o los anuncios de chuchulucos o cualquier pieza de arte contemporáneo o tradicional valdrían, desde esta argumentación, lo mismo, en términos de transmisión de los valores, de su lectura e interpretación en el presente. Los mandos medios de la corrección, los vigilantes del canon, los guardianes para que esas fuerzas subjetivas se clasifiquen, lo negarían. Sin embargo, lo que ahí se gestiona, insisto, no solo es el arte, sino las pulsiones que están detrás de sus múltiples y diversas prácticas.
II.- GUERRAS DE PELUCHES
¿Arte? ¡Política! La disputa desde esas dos fuerzas aparentemente ajenas, que en realidad están encarnadas una en la otra, en tanto no hay arte sin una regulación de las relaciones de poder, y toda política separa las subjetividades que supone válidas de las que no lo son. Luego, toda pujanza subjetiva representa a una colectividad deseante. Un intelecto colectivo general. Aquí y allá. En el fetiche i griega (Y) o en el equis (X). En el mal planteado mural de Ana Gallardo en el MUAC que fue cancelado por un sector constituyente desde el poder público —que rebasó el cerco de privilegios constituidos de un espacio cauterizado por los protocolos y los patronatos [3]—, o en el peluche del Dr. Simi o, incluso, en los muñequitos y llaveritos de Andrés Manuel López Obrador.
Y aquí un acontecimiento emblemático: Rubén Albarrán destrozando el monigote del Dr. Simi [4]. Quizá, en otras circunstancias, yo también lo hubiera hecho. Porque, si bien el ser arrojado a los conciertos representa, desde una mirada superficial, un cariñito gracioso, emotivo y muy mexicano, implica a la vez el uso de un producto de merchandising para vender medicinas desde un modelo muy bien planificado. No voy a aplaudir el acto “homicida” de destrozar un monigote de trapo que representa algo para la generalidad, pero tampoco venerar toda acción colectiva por pura emotividad, sin reflexiones de más.
Rodrigo Ímaz y Santiago Robles, Km Cero (detalle), grabado en metal, 2022.
En términos concretos, la empresa Farmacias Similares que produce el juguete tiene en México el 10.9 por ciento de participación en las ventas del mercado del sector. Su facturación asciende, aproximadamente, a los 3 mil millones de dólares [5]. Si yo fuera uno de los diablos del capital detrás de la empresa, estaría frotándome las manos al ver una polémica mediática que seguramente incrementó las ventas del peluche significativamente. Habrá que poner en juego entonces eso que se construye desde relaciones objetivadas entre personas y sus intereses de grupo. No se trata, pues, de que estas relaciones no creen sus propios fetiches, sino de qué están compuestas. Y es que no todos los fetiches son iguales. Porque la apropiación del Dr. Simi, su reutilización, apunta hacia una fuerza más allá de su planificación primera. Y pienso que esto es más o menos similar a lo que ocurre con los imanes para el refrigerador o los pines o los peluches de la figura caricaturizada de AMLO, que es la expresión de un mercado popular que, si bien puede ser una pequeña vía empresarial para circulaciones fructíferas, obedece a la reapropiación de una imagen emblemática. Una tergiversación que se parece mucho a los procesos que se generan desde el arte. Porque, ¿eso es una pipa? ¡No! no solo es una pipa [6].
Por ejemplo, el concepto que Marx desarrollara en el cuarto apartado de la primera sección de El Capital (2008) sobre el fetichismo de la mercancía, para nosotros que vivimos en lugares cada vez más comprometidos con las operaciones del mercado espectacular, puede ser obvia: se trata de relaciones sociales basadas en las cosas, para hacerlas pasar por representantes de necesidades vinculadas a las personas. Específicamente, para la teoría del capital, la distorsión hace pensar que el valor de cambio está detrás de una determinada mercancía, y no en las relaciones que se gestan a partir de su producción. Sin embargo, un objeto que reemplaza al sujeto, su materialidad elevada a esa condición, no solo es un asunto privativo del capitalismo. Toda cultura genera representaciones a partir de objetos. El lenguaje mismo no describe la cosa si no es partiendo de una significación que es creada y recreada por la cultura. Sin embargo, en el capitalismo, este proceso se da de manera particular. En el libro El diablo y el fetichismo de la mercancía en Sudamérica el antropólogo Michael T. Taussig (2021) nos dice:
[…] las cualidades esenciales de los seres humanos y sus productos pasan a convertirse en mercancías, en cosas que se compran y se venden en el mercado. Valga como ejemplo el trabajo y la cantidad de tiempo que se trabaja; para que opere nuestro sistema de producción industrial, las capacidades productivas de la gente y sus recursos naturales deben organizarse en mercados y deben racionalizarse según el cálculo de costes: la unidad de producción y la vida humana se rompen en subcomponentes cuantificables, cada vez más pequeños. El trabajo y la actividad de la vida misma pasan entonces a ser algo separado de la vida, que se abstrae en la mercancía tiempo de trabajo, que se puede comprar y vender en el mercado de trabajo. Esta mercancía parece sustancial y real. (p. 30)
¿Cuál es el espectador ideal de una pieza de arte contemporáneo? ¿Cuál el comprador modelo de un peluche que, innegablemente, ha sido creado según una evolución de técnicas de representación milenarias y que hacen parte también del arte, en su sentido amplio?
Esto está vinculado íntimamente con la representación, que muchas veces implica cierta enajenación, en tanto un “objeto” político que sustituye a un sujeto también invisibiliza las relaciones necesarias para que tal “mercancía” tome el lugar del ideal de vida. Pero el problema ahí no es el del fetichismo en sí, sino el de las mercancías y sus maneras de asentarse en realidades sociales específicas vinculadas al trabajo y su abstracción. Es decir, cómo es que el contexto, del cual son parte, las hace posibles. Por ejemplo, ¿cuál es el espectador ideal de una pieza de arte contemporáneo? ¿Cuál el comprador modelo de un peluche que, innegablemente, ha sido creado según una evolución de técnicas de representación milenarias y que hacen parte también del arte, en su sentido amplio? Si nos atenemos al discurso de los planificadores de mercado y su moralismo a modo, de los mandos medios de los que hablaba yo arriba, no es posible rebasar ningún significado acerca de la función de los objetos en el espacio social que no reditúe sentido a su significante convencional. Sin embargo, sí es posible negociar la trascendencia del fetiche parcializado por la producción, cuando las fuerzas populares son favorables.
De eso va, justamente, la política. Porque la cultura, en términos de inteligencia colectiva, es mucho más poderosa si toma conciencia de sí misma, de sus procesos. ¿Hizo mal Albarrán al destrozar al doctorcillo facineroso de tela? No lo sé. Lo que no calculó fue la inteligencia común de aquel momento, con la cual podremos o no estar de acuerdo, pero que en ese espacio social era la que era. Yo una y mil veces destrozaría ese muñeco de peluche en mi mente o fuera de ella. Pero no sé si sería capaz de hacerlo frente una masa que le adora, porque eso ya señala algo más que quizá estaría yo descuidando: un momento histórico específico, un acomodo público. Si me lo han regalado y lo despedazo, debería en todo caso entender por qué luego me rechiflan… ¿Valentía, o falta de técnica política? Pero, traslademos la mirada, rápidamente, a la imaginería de mercadeo alrededor de la figura de AMLO. Hay algo de parecido con la reflexión anterior, con algunas diferencias. Para esbozarla, una cita más de Dussel, de otro texto suyo llamado “Cultura Latinoamericana y filosofía de la liberación” (2024, pp. 251-329):
La tecnología, el maquinismo, la ciencia fueron empujadas a realizaciones siempre crecientes. Todo, al fin, para aumentar la sed fetichista de autovaloración del capital: valor (productualidad-intercambiable o intercambiabilidad- producida) que necesita igualmente lujoso consumo, refinados productos y hermosos palacios para poder autovalorarse. Propaganda para producir las necesidades y necesidades para producir los productos. Necesidad-producto como mercancía para que el dinero invertido en el trabajo asalariado y los medios de producción devengan por fetichista metamorfosis en más mercancías y, por fin, más dinero (D-M-D): el silogismo esencial de la cultura burguesa.
Lo anterior fue escrito antes del boom mercadológico de esa cultura burguesa y gentrificada que hoy inunda nuestras ciudades. Se entiende que la política actual, en condiciones de democracia representativa, no pueda prescindir de tal tipo de formas, pues se trata del estado de cosas imperante. Sin embargo, no descreamos de la fuerza de las colectividades, de su inteligencia para darle vuelta a los símbolos, apropiándoselos. Un ejemplo interesante de ello fue la historieta popular en el proceso de revolución sandinista, que empleó técnicas de la llamada “baja” cultura como avanzada comunicacional. Tal práctica creó personajes y narrativas para tratar temas de la situación política de la región mediante los cuales se transmitían mensajes esperanzadores, que incluso se empleaban para movilizar lo colectivo en un nuevo tipo de ideario, justamente a los más jóvenes. Si bien, no se trata de depositar toda nuestra fe en esos objetos que provienen de genealogías muy diversas en el arte y su desarrollo, habremos de atender esas primeras palabras de Dussel cuando nos advierte de una lógica futura depositada en procesos que, según la época en la que aparecen, pueden implicar una reversión de sus condiciones establecidas. La apuesta por la diversidad, la apropiación y la desacralización puede ser oportuna para llamar a las posibilidades de lo común, para reconvertir el fetiche estático, dinamizándolo para favorecer la memoria y sus procedimientos aplicados a los objetos. No hay, pues, fetiche positivo o negativo en sí mismo, sino en su empleo y reconsideración momentánea y maleable, más allá de los deseos moderados de los planificadores autoritarios de la subjetividad. Desde ahí, los organismos hechos de millones de personas mueven la historia. Entonces, ¿qué habría de malo, por ejemplo, en desarmar y rearmar al Dr. Simi, y distribuirlo pirateado, con peluca verde, hacerlo moreno, ponerle senos, tatuajes, uñas postizas, pelo chino, cola de dragón, barba abundante, tentáculos, cambiarle el rostro, dos cabezas, cabeza pelona de Kropotkin, otra de Bob Esponja con antenitas de vinil, una de Don Cipriano, el de la curva, que vende quesadillas, otra de Doña Cristi la del 7, mi propia cabeza… etc, etc? Y es que, si el signo es petrificado o, incluso, denegado, no hay como la comunicación descentrada de lo colectivo para avivarlo y volverlo de todxs.
Fotografías: Paola Paz Yee, de la serie Antihéroe clandestino, 2023.
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NOTAS
[1] El término entes, muy usado en filosofía, puede interpretarse como lo que es, aquello que existe o tiene la posibilidad de existir. Puede referirse también a una entidad mental. https://www.youtube.com/watch?v=zbZ5zj2dtSE
[2] No sobra decir que Gramsci propone, en algunos de sus cuadernos, una lectura menos dicotómica cuando habla de la estructura y la superestructura como una dialéctica entre fuerzas subjetivas y objetivas.
[3] Para más referentes sobre el suceso: “MUAC cierra expo de Ana Gallardo tras protesta por narrativa revictimizadora” en La Jornada, 30 de octubre de 2024. Puede consultarse en: https://www.jornada.
com.mx/noticia/2024/10/13/cultura/muac-cierra-expo-de-ana-ga llardo-tras-protesta-por-narrativa-revictimizadora-2087
[4] Para más referentes sobre el suceso: “Rubén Albarrán le arranca la cabeza al Dr. Simi en un concierto”, López Torres, María José. En Indie Rocks! 14 de septiembre de 2022. Puede consultarse en: https:// www.indierocks.mx/musica/noticias/ruben-albarran-le-arrancala-cabeza-al-dr-simi-en-un-concierto/
[5] En: “Farmacias Similares expande su marca con el fenómeno del Dr. Simi”, Echeverría, Mara, en Expansión, 09 septiembre 2024. Puede consultarse en: https://expansion.mx/empresas/2024/09/09/farmacias-similares-marketing-dr-simi-fenomeno-cultural
[6] Aludo aquí a la célebre serie de cuadros de René Magritte llamada “La traición de las imágenes”, que muestra la figura de una pipa, debajo de la cual se puede leer en francés “Esto no es una pipa”. Foucault ha dicho de este tipo de operaciones realizadas por el artista que disocian la similitud de la semejanza, incluso enfrentándolas: “La semejanza sirve a la representación, que reina sobre ella; la similitud sirve
a la repetición que corre a través de ella.” Foucault, Michael. Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte. Barcelona: Anagrama, 1997. P. 67.
REFERENCIAS
Dussel, Enrique. Filosofía de la cultura y transmodernidad. México: Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2024.
Marx, Karl. El Capital. Crítica de la economía política. Tomo I, vol. I. México: Siglo XXI editores, 2008.
_______ Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, vol, 1. Traducción del alemán de Pedro Scaron. México: Siglo XXI, 1972.
Taussig, Michael T. El diablo y el fetichismo de la mercancía en Sudamérica. Madrid: Traficantes de Sueños, 2021.