CHRISTIAN BARRAGÁN
El collage es un elemento clave dentro de la obra del artista plástico Agustín González (Ciudad de México, 1978), particularmente en el desarrollo del pensamiento gráficopictórico que ha registrado a lo largo de los años en sus cuadernos de trabajo, práctica cotidiana que le ha permitido registrar las pulsiones del momento, inquietudes tanto nuevas como pasadas. Obsesiones recurrentes que a la postre, cuando extrae algunas de las ideas contenidas en sus bitácoras y que traslada a pliegos de papel de mayor escala o a telas de diversos formatos, definen un estilo híbrido que ha marcado su obra durante las últimas dos décadas. El último astronauta (2023) es la serie gráfica de estampas y dibujos más reciente de Agustín González, que constituye un ejemplo contundente de esta afirmación cuyo origen se remonta a dos eventos ocurridos en 2004 y 2007.
Al comentar los intereses y las motivaciones en la realización de El último astronauta, González subraya tres acciones que guiaron su mesa de trabajo: reinterpretar, derivar y liberar. Dicha sucesión de acontecimientos concluye, en palabras del artista, en “dejar pasar lo que está pasando”, lo cual, a su vez, expone el ejercicio del arte como un acto de aceptación. Desde esta disposición, el artista ha recuperado dibujos pertenecientes a cuadernos de los últimos cinco años, que posteriormente ha ensamblado sobre otros papeles artesanales de color sólido en distintas composiciones y con diversas alteraciones al interior y al margen de los dibujos originales hasta conseguir distintas e inesperadas configuraciones de texturas, planos, colores, materiales y formas. De manera semejante a las orillas irregulares de sus obras en papel, el collage practicado por Agustín González es una acción que suma componentes y que sucede en el borde de géneros, tiempos y narrativas.
Esta técnica incluye, además de la constitución formal de sus artefactos visuales y del ejercicio cotidiano del dibujo que interpreta su acontecer personal, el diseño de sus propias exhibiciones públicas, que comprende la selección de obra a las posibles lecturas de ésta en el lugar de exposición. Con seguridad, a partir del año 2007 en que presentó su segunda muestra individual, Tópicos de evolución en la Galería Arróniz de la Ciudad de México, González comenzó a crear su propio catálogo curatorial usando como argumento y modelo el ars combinatoria. Aquella exhibición incluyó obras en pintura, dibujo, gráfica tanto en serigrafía como en grabado sobre metal y fotografía que registró el proceso de creación-destrucción típico de aquella primera época del artista; en resumen, un perfil bien delineado de la búsqueda y propuesta todavía vigentes y fundamentales de su práctica artística. Esta tendencia se confirmó luego, en el año 2014, con la exposición El bosque y el columpio. Ahí, el artista reunió un grupo exclusivo de pinturas que tenían la distinción de emplear estrategias características del collage: duplicación, aliteración y yuxtaposición de un mismo conjunto de motivos (un paisaje montañoso, un rostro severo, un personaje espectral, diversas formas orgánicas). Adicionalmente, el montaje de las pinturas sobre los muros consistía, simbólicamente, en un circuito cerrado que se retroalimenta por medio de la confrontación, un sistema que el collage favorece experimentar. Con El último astronauta, Agustín González ha ido un paso adelante en su exploración para crear desde la reinterpretación de su propio pasado y en la ampliación de su catálogo para hacer coincidir obras distantes en tiempo e intención, como ocurre en un palimpsesto.
![2 Agustín González_El último astronauta_2015](https://i0.wp.com/revistaquiote.mx/wp-content/uploads/2024/12/2-Agustin-Gonzalez_El-ultimo-astronauta_2015.jpg?resize=348%2C506&ssl=1)
Agustín González, El último astronauta, 2015.
Junto a la confrontación, la recreación y la aliteración en la dinámica de trabajo de González, también se encuentra la deriva, esa variación lenta y continua que el artista ha ido desarrollando durante sus presentaciones públicas. Parecido a los manuscritos antiguos que conservan, debajo del mensaje actual, huellas de una escritura anterior, a veces borrada artificialmente. Agustín González superpone a su lenguaje pictórico un lenguaje gráfico y, sobre éste, otro lenguaje más, escrito.
Este procedimiento lo realiza el artista simultáneamente tanto en una dimensión formal-espacial (papel sobre papel sobre papel, tinta sobre plumón sobre pastel, sobre acrílico) como en otra temporal-discursiva (el color de fondo, provisto con pintura, compone la escena y otorga una temperatura; el dibujo de encima delimita formas y suscita personajes y tramas, mientras que la escritura sinuosa y fragmentaria, compuesta de versos procedentes de poemas y canciones, urde inesperadas narrativas).
Aún más, el título de El último astronauta proviene específicamente de una litografía de gran formato ejecutada en una variación de diez versiones únicas (de un austero y contrastante blanco y negro, a la saturación de colores e intensidades) realizadas en el taller La Ceiba Gráfica durante el año pasado; sin embargo, la idea de esta obra reinterpretada múltiples veces reside en un dibujo de pequeño formato extraído de alguna de sus bitácoras de apuntes del último lustro. Esta breve relación de hechos termina y comienza, tentativamente, en el año 2004, cuando González creó Astronauta, una estampa al aguafuerte, aguatinta y azúcar a una sola tinta.
![3 Agustín González_Astronauta_2004](https://i0.wp.com/revistaquiote.mx/wp-content/uploads/2024/12/3-Agustin-Gonzalez_Astronauta_2004.jpg?resize=827%2C843&ssl=1)
Agustín González, El último astronauta, 2004.
De pie, protegido por una escafandra, inmerso en un mar ondulado e incierto, con una mano alzada y la otra al costado, portando una insignia en el pecho, yace el antecedente de la legión contemporánea de El último astronauta. Entre una obra y otra, media una diferencia tan sutil como definitiva que supera la apariencia y la ejecución con que fueron ejecutadas; de aquel personaje de hace veinte años que fue trazado con líneas negras, cortas, zigzagueantes y temerosas, a los actuales que han sido dibujados a través de masas de color y líneas fluidas, hay un gesto que lo cambia todo.
El Astronauta, estático, pisa con aplomo el suelo que lo sostiene, acaso en estado de espera, pues su línea de vida le impide continuar avanzando. Con la mano izquierda, llama a alguien o señala algo que se le escapa. El último astronauta, en cambio, está a la deriva, navega sin dirección o propósito fijo, a merced de las circunstancias, con las manos en movimiento se procura equilibrio y flota, la corriente y el viento guían su proceder y éste lo acepta. Así también, el ejercicio actual en vaivén de Agustín González, que deja pasar lo que está pasando.