LOCURA, POLÍTICA Y AMOR EN CÉSAR MORO

por | NÚMERO DOS

Nuria Cano Erazo

Considero necesario hablar de César Moro desde aquí, desde Perú, y saber que México fue una extensión de su sensibilidad e ímpetu artístico. ¿Por qué mencionar a este poeta ahora? En la actualidad, andamos en búsqueda de diagnósticos de nuestra condición mental, de perfiles exactos cuando nos vinculamos a otras personas y también en las frustradas relaciones amorosas.

 Pareciera que nos encontramos en un tiempo en el que no deseamos enfrentarnos a las emociones variables, a la voluntad de observar lo diverso y terminamos derrotados en lo categórico, entramos en una suerte de taxonomía emotiva y andamos con miedo: miedo de manifestarnos. En el arte, con la predominancia de los conceptos y los statements, hemos retornado a las categorías que responden a formatos occidentales verticales, totalitarios.

 Durante la primera mitad del siglo XX, César Moro acude al hospital psiquiátrico Víctor Larco Herrera, de Lima, para hallar, detrás de sus muros, casi penitenciarios, otras voces; las no hegemónicas, las desplazadas por el constructo “moderno” de sociedad. Por ejemplo, observaba a un paciente que, en las manchas del suelo del patio, identificaba figuras, las rodeaba y luego estas volaban, caminaban y se convertían en un universo semiabstracto. A partir de ello, surgían historias y Moro dialogaba, ingresaba a ese nuevo espacio paralelo, a ese, nuevamente, lugar carcelario.

 Sin embargo, no solo cumplió una labor de espectador en búsqueda de respuestas solo propias, sino que se dedicó con vehemencia a la organización y catalogación de los dibujos de los pacientes, productos del taller de tecnoterapia fundado por el Dr. Honorio Delgado, hacia 1920, y que se encuentran ubicados en el museo del hospital. En una entrevista que le realizó el reportero Ernesto More, para el diario Cascabel (18 de mayo de 1935) este comenta lo siguiente: “Aquí prima el criterio psiquiátrico, y no siempre son las figuras mejor logradas, ni los cuadros los que merecen una atención particular”.

Luego de esto, Moro enfatiza en la respuesta de un paciente cuando le preguntó lo que significaba su pintura y este le dijo que no dibujaba lo que veía, sino lo que sentía. A partir de esta experiencia y su posición artística, Moro gesta la Exposición de 1935, conocida como la primera exposición surrealista en Latinoamérica. Esto nos muestra su ánimo por sostener y promover una postura estética y política frente a la fuerza de las instituciones que promovían un arte hegemónico y turístico, como él mismo lo diría, o como años más tarde se denominaría ”dictablanda”.

Si bien, el psiquiátrico fue su espacio de enunciación y de apertura a otros mundos mentales, fue también, desde ahí, que asume una postura política, la cual se reflejará en la creación del boletín del Comité de amigos de la república española (CADRE), junto a Emilio Adolfo Westphalen y Manuel Moreno Jimeno. Mencionar esta actitud crítica y activa nos muestra una fuerza de cambio, un ideal que perdura, a pesar del tiempo y del dolor que conlleva la rebeldía. Uno de los textos de aquel boletín se titula ”Benavides estrangula la Cultura y el Pensamiento” y empieza de la siguiente manera:

Con el aumento de leyes de defensa del orden social y de represión de la propaganda comunista y disociadora, se acaban de establecer en el país con todo cinismo e impudicia, los mismos bestiales métodos de estrangulamiento de la cultura y expresión del pensamiento libre que ha hecho célebres a los mayores gangsters fascistas Hitler y Mussolini (CADRE, 1936, s.p.).

Moro, después de escritas estas líneas, tuvo que exiliarse en México, hacia 1938. El gobierno de Benavides le confiscó el boletín.

 Pero Moro no acabaría aún su periplo de rebeldía. Se enamoró de Antonio, un militar que conoció en México y al que le dedicó esta dolorosa descripción:

Con tu rostro severo, con el misterio y la distancia y con el gran silencio […]. Ya te fuiste. Acaso no has llegado todavía y yo estoy ciego. Mirándote sin verte y llamándote hacia aquel punto donde ya nadie puede seguirme, donde la soledad me acosa, donde nada responde ni nada me acompaña (Moro, 1939).

Pensemos ahora en el amor irracional, en las palabras hondas que refieren al sentimiento más intenso y lejano, sin reparos, que escribe en cartas; en esa debilidad frente a una relación no concretada, en su versión más vulnerable y en todo lo que los sentimientos y el deseo le indican. Pensemos, en ese intento de ruptura que no cesa, que procura hacerles frente a los comportamientos arraigados del hombre militar y pensemos, también, que el amor haya surgido de esa lucha, de ese dolor y locura de lidiar con sus ideales, de romper con las estructuras con todas sus fronteras y muros.

 César Moro siempre estuvo enfrentándose a las imposiciones políticas, tuvo combates constantes contra la dictadura y las formas de amar, contra el orden social y mental, incluso, y tal vez en primer lugar, dio cara a las imposiciones estéticas de su época sin ningún reparo. Moro nos manifestó y nos seguirá manifestando una poética de resistencias y, por ende, modos divergentes de construir, de decir y de crear.

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