LA TEORÍA DEL VALOR COMO POSTULADO NORMATIVO

por | NÚMERO DOS

Rodrigo Imaz, 13MX, aguafuerte sobre papel, 2014

Sobre cómo identificar metafísica

Momento 1: La suerte

En el juego de la lotería existe siempre un boleto ganador. Si se han vendido todos los boletos necesariamente habrá una persona ganadora. Si se considera que en el mundo existe la “suerte”, la persona ganadora la habrá tenido, pero ¿podría no existir la suerte y seguir habiendo un ganador? Sí, entonces, ¿existe la suerte?

Momento 2: El rational choice [1]

Supóngase una persona que, sola en su casa, se sube a una silla, asegura una soga, la ajusta al cuello y está por dar el paso al vacío de la muerte. Desde el punto de vista del ra­tional choice esta persona evalúa racionalmente que el cos­to de seguir vivo es superior al beneficio de seguir vivien­do. Si nuestro triste personaje finalmente se ahorca habrá mantenido su evaluación, pero si se arrepiente, desajusta la soga, baja de la silla y llora desconsoladamente para se­guir su existencia, entonces habrá reevaluado las variables de la ecuación: quizá encontró súbitamente esperanzas en la vida que sumar a los beneficios, quizá el miedo al dolor o a las consecuencias sobre quienes le rodean le resultaron costos de morir que repentinamente logró sumar al beneficio de seguir vivo, aunque en cualquier caso la nueva elección racional fue continuar en el mundo.

Haga lo que haga, nuestro suicida en potencia seguirá su rational choice… al menos si es mirado desde el punto de vista del rational choice, pues no hay nada que pueda ocurrir en la realidad que evite que sea interpretado igual.

¿Existe entonces el rational choice?

Momento 3: La teoría del valor

De acuerdo con la teoría del valor de Marx, la materia prin­cipal de los intercambios económicos no es el valor de uso de las mercancías ni las expectativas de los consumidores. Lo que realmente se intercambia en cada producto o ser­vicio es trabajo, es decir, horas de vida gastadas en la pro­ducción de mercancías, incluso en las de precio 0, como el trabajo doméstico.

¿Puede pasar algo en la realidad que nos indique que el trabajo no es el valor intercambiado en la economía? No. Entonces, ¿es el trabajo el valor “real”?

Formalmente hablando, “suerte”, “rational choice” y “valor-trabajo marxista” son categorías que se postulan so­bre la realidad, no de una forma dialógica sino imponiéndo­le una lectura: no hay nada que pueda ocurrir empíricamen­te que no pueda ser interpretado como una confirmación del postulado inicial. Lo que debe ser una señal de alerta, pues no estamos probando la validez del postulado, sino que movilizamos una metafísica equivalente a “Dios creó el universo, Dios es justo y, por tanto, estudiando a la na­turaleza nos acercamos al pensamiento divino y podemos entender la justicia”, no entendemos la realidad y lo malo es que podemos pensar que sí.

Pues ¡ah! qué metafísica tan poderosa

La “denuncia” sobre el carácter no científico de la teoría del valor marxista no es nueva. Desde la economía neoclási­ca se acusa que la noción de lo que “verdaderamente” se intercambia en las transacciones económicas tiene que ver con deseos y expectativas y que sobre eso la teoría del valor no tiene nada qué decir. Esta crítica es desestimada por el marxismo, pues la economía neoclásica es tan des­caradamente, tan infantilmente tautológica con su rational choice, tan separada de la realidad con sus mil supuestos “heroicos” para sostener cada modelo, tan errática con su insistencia en pretender que son una ciencia cuando sus predicciones fallan catastróficamente, que es una discipli­na declaradamente en crisis, con lo que cada ataque que hace al marxismo se le regresa inmediatamente.

Pero la crítica se ha dado también desde perspectivas de izquierda, como en la relativamente reciente obra El capital como poder de Bichler y Nitzan (2018), donde se disecciona la teoría del valor marxista para mostrar tres debilidades fundamentales en sus planteamientos: I) la imposibilidad de dar contenido empírico al “tiempo social­mente necesario” (TSN) para producir una mercancía, II) la imposibilidad de trazar una frontera definida entre el tra­bajo productivo y no productivo (en una versión dura del mismo Marx, sólo el primero generaría el valor-trabajo), y III) el problema de los mecanismos mediante los cuales el trabajo se transforma en precios.

Amén de estas debilidades, los autores plantean que hay otras dimensiones de las mercancías adicionales al trabajo que afectan su valor de intercambio, tales como la escasez, determinada por la relación oferta y demanda, o el que sean producidas fundamentalmente por la natura­leza, de forma que la teoría del valor es necesariamente incompleta (Op. cit.: 96-101).

Estas críticas son olímpicamente ignoradas por gran parte del marxismo que está convencido de que Marx dijo todo lo que hay que decir sobre el devenir del mundo, pero hay una también enorme contingente de posiciones mar­xistas sofisticadas en sociología, filosofía, ciencia política y economía que se toman el problema de la relación entre valor real (trabajo) y valor de cambio (precios).

Rodrigo Imaz, 13MX, aguafuerte sobre papel, 2014 (Fragmento)

Un ejemplo de abordaje matemático de cómo se rela­cionan trabajo, salarios y precios a lo largo de las cadenas productivas se encuentra en los análisis de trasferencia de plusvalías entre sectores económicos en las matrices de in­sumo producto. Esta comparación puede establecer el TSN como la relación entre el tiempo asalariado pagado en las unidades económicas que producen un bien determinado y la suma de unidades de ese bien o de sus precios; obsérve­se que en esa relación (horas de trabajo/bien o horas de tra­bajo/ventas) no se hace distinción entre trabajo productivo e improductivo, sino que todas las horas laborales en las unidades de producción son tomadas en cuenta.

En estas matrices puede estudiarse cómo se distribuye el trabajo, los salarios, los precios, el valor total de ventas o las ganancias entre sectores y subsectores económicos. Lo anterior puede servir para modelar cómo, bajo el su­puesto de tasas de explotación iguales, se presenta una correlación positiva entre la tasa de explotación y la distor­sión entre valor de ventas y trabajo (por ejemplo, mucho valor de ventas concentrado en unidades o sectores con relativamente poco trabajo y viceversa). Más aún, la herra­mienta permite describir cómo ocurre la transferencia de plusvalías en las cadenas productivas y con ello identificar las productividades y las explotaciones diferenciales.

Ahora bien, estas matrices son muy interesantes, pero palidecen frente a los muy estimulantes recuentos históri­cos y sociológicos que hace Marx en toda su obra. Por ejem­plo, la descripción en La ideología alemana sobre cómo la emergencia del capital motivó la creación de los Estados Nación y sus fronteras, la explicación de cómo la lucha de clases es el motor de la historia, la descripción de cómo las bases materiales determinan la super estructura social o de la enajenación del trabajo, entre otras interminables y siempre convincentes aportaciones.

De modo que Marx, en general, y su teoría del valor, en particular, parecerían escapar de una característica habitual de los postulados metafísicos: la realidad no puede ganarles, pero sí contravenirlos, exhibiendo cómo, para intentar expli­carla, los postulados deben sumar montones de supuestos. Pero ¿escapa realmente el marxismo? Para documentar la respuesta a la retórica pregunta veamos algunos ejemplos.

Santiago Robles, “La señal” (lámina 22 del Códice Starbuckstlán), 2018.

Algunos parches

El “Arzobispo rojo” Helder Cámara, teólogo de la libración, encontraba en Cristo la justificación del socialismo, de la lucha contra la injusticia; consideraba que, para él, el sacerdocio era tan importante como para un pez el agua, aun así le incomodaba la idea que hubiera tenido Dios de que la conservación de una forma de vida requiriera la destrucción de otras.

Es bella la vida, y a veces me pregunto por qué para conser­var una vida se deben matar otras: aunque sea un huevo o un tomate. Sí, ya sé que masticando un tomate lo convierto en don Helder y así lo idealizo, lo hago inmortal. Pero des­truyo el tomate, ¿por qué? Es un misterio que no consigo penetrar y que dejo de lado diciendo: paciencia, un hombre más importante que un tomate (Fallaci, 1978, p. 554).

¿Por qué la incomodidad? Porque la destrucción del toma­te contraviene en un primer acercamiento al postulado de que Dios es justo y bondadoso, y por tanto es necesaria una segunda aproximación que se alcanza con la idea de la transmutación del tomate en hombre (o en mujer, que sería apenas un escalón menos en la escalera que lleva al hombre y luego a Dios -también hombre- según la ligera­mente patriarcal iglesia católica).

Esta transmutación es, entonces, el supuesto necesa­rio para ajustar la realidad al postulado inicial de bondad y justicia, pero no lo hace bien del todo, pues la incomodi­dad de Helder Cámara es muestra de cómo los supuestos terminan por ser parches que engañan sólo a quien desea pensar que abajo no hay un agujero en el saco.

El marxismo no sólo no escapa de tener parches, sino que proliferan precisamente por su potencia explicativa. Sólo a modo de ejemplo: la explicación de cómo el desarro­llo de los medios de producción determina las relaciones sociales con que se organiza la producción que tan convin­centemente —contundentemente— desarrolló Marx, de­vino en vertientes que pretenden develar cómo el interés del capital está detrás de cada acontecimiento histórico, incluso de los momentos en que parecieran ir ganando po­siciones proletarias o populares.

Hoy en día, es relativamente frecuente encontrar per­sonas que afirman que AMLO es el sofisticado instrumento mediante el cual el capital mexicano o internacional evitó la organización popular y un estallido revolucionario, pero ¿dónde veían esta organización y presunto estallido cuan­do el EZLN se aislaba?, ¿dónde en la larga serie de derrotas que el neoliberalismo nos propinó, por ejemplo cuando se extinguió a Luz y Fuerza del Centro con 40 mil despedidos?, ¿dónde cuando la reformas del “Pacto por México” termi­naron por redondear el proyecto neoliberal? 

¿Dónde estaba pues la organización popular radical a la que AMLO vendría a contrarrestar? Es un misterio, qui­zá se estuviera incubando en el descontento popular que también sumo a la victoria de López Obrador en 2018, pero por fuera de Morena, sólo el magisterio —con demandas gre­miales difícilmente escalables a lo nacional— y el feminismo sobrevivían como movimientos, y ninguno de ellos ha sido eliminado como organización en la presente administración.

El magisterio ha menguado pero no desaparece y tuvo una sólida presencia de protesta en el cierre de campaña de Sheinbaum en el Zócalo, mientras el feminismo crece en capacidad de movilización y en la construcción de horizon­tes utópicos y de demandas puntuales, de modo que ¿qué habría evitado Obrador? Nada, los movimientos que están en reflujo ya lo estaban, ya enfrentaban sus propias contra­dicciones antes de 2018, mientras que los movimientos que tenían fuerza la conservan.

Santiago Robles, “La señal” (lámina 22 del Códice Starbuckstlán), 2018. (Fragmento)

Las interpretaciones según las cuales todo movimiento histórico termina siendo explicado por su utilidad al capi­tal en realidad no son dialécticas, pues se niega la lucha de clases si sólo se concede participación a una de ellas. Eso sí, debe reconocerse la virtud enorme de esos simplis­mos que tienen casi siempre asegurado su “se los dije”, son la zona de confort de los profetas de la desgracia, de esos descreídos de las izquierdas que caracterizaba Mon­siváis (2020) en ocasión de la marcha zapatista, de 2001 a la CDMX, pero que se encuentran en todo movimiento, en todo proceso de lucha: [2]

Los pesimistas inquebrantables, convencidos de la inexis­tencia de movimientos de la izquierda mexicana que perse­veren en su idealismo y retengan su poder de convocato­ria, obsesionados por el instante en que en un movimiento de masas se desvanece la melancolía grupuscular. Hay que admitir -reconocen sombríamente- el crecimiento del EZLN, que no se salvará de la maldición de la izquierda que crece para disminuir y se agiganta para mejor frustrar a sus integrantes. A eso vienen hoy, a predecir el desastre (pp.368-369).

Estas interpretaciones forzadas a las que tienden algunos tipos de marxismo, conjugan contradictoriamente la fe en el advenimiento del comunismo y la convicción de que todo lo que ocurre es conspiración capitalista y presentan así una malsana deformación del postulado de Gramsci de conservar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad.

El anterior es un ejemplo del marxismo más pueril, pero los parches también aparecen en formulaciones más refina­das, aunque son menos evidentes. Por ejemplo, las matri­ces de insumo producto que se plantearon más arriba son una poderosa herramienta para estudiar la articulación de sectores productivos y la transferencia de plusvalías entre ellos, pero por prometedoras que sean, la aplicación de la teoría del valor en estos instrumentos entraña debilidades. La primera es de tipo operativo por la cantidad ingente de información que se requiere, así como por el siempre cues­tionable método con que se distribuya el trabajo entre distintos tipos de mercancías cuando se trata de unidades de producción que generan más de un tipo de mercancías.

La segunda debilidad es conceptual, pues este análisis no resuelve ninguno de los tres problemas planteados por Bichler y Nitzan, sólo los sortea mediante postular —es de­cir, imponer— concepciones en cada uno de ellos, al omitir cualquier discusión entre trabajo productivo y no producti­vo, y al establecer un solo elemento de análisis —la compa­ración entre precios, sueldos y trabajo— omitiendo explicar las relaciones entre ellos.

Santiago Robles, “La señal” (lámina 22 del Códice Starbuckstlán), 2018 (Fragmento)

En otras palabras, las matrices no permiten una com­probación empírica de la teoría del valor, sino que asumen una forma específica de ella, la postula sobre la realidad y recibe resultados que de alguna manera son tautológicos con el postulado inicial. Por ejemplo, el “hallazgo” en los modelos de tasa de explotación fija entre la magnitud de esta tasa de explotación y la distorsión de precios/salarios, en realidad ya estaba inscrito en la diferencia en la compo­sición orgánica del capital entre sectores.

Así que existen los parches y las tautologías en la apli­cación de la teoría del valor, pero también es innegable su potencia explicativa y su importancia como inspiradora de acción política, más aún en la actual efervescencia de con­flictos en todo el mundo. El cómo se logra esta potencia y las implicaciones prescriptivas de ello son aspectos que se exploran en el siguiente y final apartado.

Desde lo objetivo hacia el deber ser

Se propone como hipótesis que la fortaleza del poder expli­cativo de la teoría del valor radica en que, si bien es formal­mente metafísica, tiene tres pies objetivos, tres anclas en la realidad con las que sí se establece una relación dialógica.

    1. Todas las mercancías que intercambiamos fueron pro­ducidas o al menos puestas a disposición del intercam­bio mediante trabajo.
    2. Existe una diferencia enorme en cómo se distribuyen los beneficios de las mercancías respecto a quién y cuánto ha trabajado para producirlas, distribuirlas y venderlas, y esta diferencia en el sistema capitalista está determinada por la propiedad privada de los me­dios de producción.
    3. En virtud de que cuánto menos se pague al trabajador se incrementa la ganancia del propietario de los medios de producción, existe la tendencia de la burguesía a pau­perizar el salario, es decir, a incrementar el sufrimiento humano, mientras la clase obrera tiende a luchar por mejoras salariales y derechos sociales que contravengan esa tendencia, constituyéndose así la lucha de clases.

Estas anclas objetivas hacen que partes sustantivas de la realidad puedan ser explicadas como si el trabajo se trans­mutara en las mercancías, así como Tomas de Aquino des­cribe para el pan en el cuerpo de Cristo, cita que recuperan muy justamente Bichler y Nitzan como epígrafe en el capí­tulo dedicado al problema de la transformación del trabajo en precio.

Toda la sustancia del pan se convierte en toda la sustancia del cuerpo de Cristo, y toda la sustancia del vino, en toda la sustancia de la sangre de Cristo. Por lo que puede decirse que su nombre propio es el de transubstanciación (op. cit.: 93).

Pero, si es tan prometedor pensar en que efectivamente existe esa “transubstanciación”, ¿qué diferencia hay entre considerar a la teoría del valor un postulado científico o un postulado metafísico? Las ventajas de esta segunda acep­ción son tres principales.

    1. Conservar rigurosidad analítica. Es importante diferen­ciar postulados metafísicos de enunciados que pueden ser contrastados con la realidad, no hacerlo puede lle­var a pensar lo mismo en la inevitabilidad de la revolu­ción que a la inevitabilidad del capitalismo eterno.
    2. Evita perderse en recovecos insalvables, como el saber si el intermediario genera o no trabajo productivo, o si lo hace la persona que se pone la botarga de Dr. Simi o si lo hacen sectores completos, como el comercio que finalmente no ha producido las mercancías que vende. En esa misma línea, se evitan discusiones imposibles como si la naturaleza tiene valor en sí misma o si este valor es equivalente al del trabajo o si toda renta debe considerarse valor imputado, entre otras mil discusio­nes que se pretenden “resolver” sólo en el plano lógico sin posibilidad de contraste empírico.
    3. Abre la puerta a una concepción diferente de la teoría del valor que se enfoca menos —o de plano omite— su carácter científico, en tanto explicación de la realidad y se enfoca más en su carácter normativo, es decir, en su carácter ético.

Es este último punto sobre el que se pretende llamar la atención en este ensayo, pues si bien las discusiones al­rededor del carácter científico (o no) de la teoría del valor son profundas, complejas y hasta ahora inagotables, una concepción de la teoría de valor como normativa puede sostenerse sin necesidad de resolver estas discusiones y manteniendo e incluso incrementando —por centralizarlo— su relevancia como guía ética que traza tanto un horizonte utópico como caminos en el corto plazo para acercarse a él.

Al hacerlo, se recupera una noción según la cual las teo­rías críticas son aquellas susceptibles de generar una trans­formación social, por lo tanto, comprometidas no sólo con el ser, sino fundamentalmente con el deber ser, generando una lectura de la realidad a partir de un horizonte deseable.

Entendida así, la teoría del valor marxista es quizá la única que postula un único valor humano fundamental: el trabajo, no sólo como la principal de las relaciones que es­tablecen las personas entre sí para constituir sociedad, sino que al observar la diferencia entre la distribución el trabajo y de los bienes por él producidos sirve además como indi­cador de qué tan alejados estamos del horizonte utópico.

Santiago Robles, “La señal” (lámina 22 del Códice Starbuckstlán), 2018. (Fragmento)

Construir un indicador parece una movilización tecno­crática de una utopía, pero nos acerca a un valor tan básico que Engels lo consideraba como el principal diferenciador de lo humano con respecto a lo animal: en tanto que el pro­ducto del trabajo no es directamente utilizable por quien lo produce, sino que tienen un fin que lo enlaza con otros se­res humanos que utilizarán el valor de uso de la mercancía producida (Engels, 2000), “cuanto más se alejan los hom­bres de los animales, más adquiere su influencia sobre la naturaleza el carácter de una acción intencional y planeada, cuyo fin es lograr objetivos proyectados de antemano”.

Considerar a todo trabajo humano como vida que se ocupa para establecer una relación con el resto de la hu­manidad, otorga un carácter ético al trabajo en sí y permi­te definir una dimensión de la justicia social: la necesaria equidad en la retribución de la vida humana desgastada, independientemente de que este tiempo no pueda tradu­cirse nunca en una medida específica e inobjetable de TSN y de que éste no se transmute en el valor intercambiado en las transacciones de mercancías.

Regresemos al planteamiento de que la ventaja de con­cebir a la teoría del valor como postulado normativo no es sólo teórica, sino también práctica, pues permite trazar rutas de acción política inmediata y con ello trascender los añejos y fútiles dilemas entre lo revolucionario y lo reformista.

Un ejemplo contemporáneo y de amplia difusión de cómo puede trascenderse este, quizá ya anacrónico, dile­ma es el Sistema Nacional de Cuidados (SNC) que se pre­tende poner en marcha en la siguiente administración y que tiene en la experiencia de Iztapalapa con Clara Bruga­da algunas de sus aplicaciones más palpables y eficaces. El SNC no pretende eliminar al capitalismo, es “sólo” una reforma de sus condiciones actuales, pero una que ataca la raíz del trabajo no pagado que sostiene el edificio de la pro­ducción capitalista y, con ello, se convierte en una reforma radical (o sea que no es un oxímoron esa expresión).

Si la guía ética permite aterrizar políticas concretas en dirección a la utopía, incluso en los ámbitos donde el trabajo no es pagado ni contabilizado, cuanto más puede hacerlo para diseñar mecanismos para transformar las di­námicas económicas en que trabajo y capital son medidos convencionales. En particular, se permite una lectura éti­ca de las matrices de insumo producto, donde es posible retratar una parte importante de la articulación entre sec­tores y ramas productivas en toda escala, identificando los enlaces en que es más acuciante la distorsión entre horas trabajadas y retribución, y que requieren mayores inter­venciones públicas.

En las siguientes entregas se proponen tres líneas de acción política muy generales que emanan de una lectura de las relaciones sociales generadas por la transferencia de trabajo (o de plusvalía) en las complejas articulaciones productivas entre sectores económicos. Ello, con el fin de avanzar en la construcción de objetivos mediatos y la lucha de más (mucho más) largo aliento por la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción:

    1. Las implicaciones de la división social del trabajo sobre la definición de clases, los conflictos entre ellas y los posibles mecanismos de superarlas en lo inmediato o mediato
    2. La ética del trabajo en el Estado frente a la difícil defini­ción de plusvalía en el mismo.
    3. Los límites del localismo y de las propuestas autonómi­cas de escala comunitaria.

 Finalmente, la apuesta de estos textos es invitar a descubrir otras coordenadas en que la teoría del valor, como postu­lado normativo, pueda dar directrices políticas concretas.

Notas:

1. El ejemplo que proviene un autor que no recuerdo, se habría podido reformular, pero sería menos honesto que reconocer simple y lla­namente el olvido. Se advierte a los lectores de este inconveniente y se invita a quien identifique al autor original a comunicárnoslo.

2. Es un mal chiste que ahora haya salido el “sup-sub-cap Marcos-Galeano-Marcos» contagiado de esa proclividad a pronosticar el desastre, contagiado de ver el defecto en el ojo ajeno, sin percatarse de la viga de intrascendencia en el propio.

Referencias

Bichler, S. y Nitzan, J. (2018). El capital como poder. Un estu­dio del Orden y el Creorden. The Bichler & Nitzan archi­ves. En https://bnarchives.yorku.ca/541/2/2018_bn_el_capital_como_poder.pdf

Engels, F. (2000). El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. Archivo Marx/Engels. En https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1876trab.html

Fallaci, O. (1978). Entrevista con la Historia. 11ª edición. No­guer S. A.

Monsiváis, C. (2020). Apocalipstick. FCE.