EL OBJETO DE ARTE

por | NÚMERO CERO

MIGUEL TORRES

¿Qué hace que un objeto sea considerado merecedor de estar en un museo? El concepto de cultura material ayuda a resolver esta cuestión en la medida en la que supone una apreciación determinada de un objeto, de la cual se derivan comportamientos. Pienso en aquel disco monolítico tallado de veinticuatro toneladas que se aloja en el Museo Nacional de Antropología, en la Ciudad de México, y que ha llegado a comercializarse hasta en playeras de la selección mexicana de futbol o en los quipus de Jorge Eduardo Eielson en el Museo de Arte de Lima o en el ya trillado y reproducido y reproducido y reproducido retrato de Lisa Gherardini en el Museo del Louvre. Todos, objetos que albergan información del mundo que intentamos preservar.

¿El objeto es un documento entonces? Sí, la cultura material está constituida por los objetos. Cualquier objeto, que suponemos portador de una cierta información, se convierte en una fuente de datos y, además, nos habla de nuestras necesidades humanas, de nuestras costumbres y creencias sociales. Por ello, exponer objetos es una característica esencial de los museos, pues materializan actos o hechos individuales o colectivos de manera fiel y objetiva, universal en el espacio y en el tiempo, así como la información única que albergan.

Pienso ahora en aquella mítica Casa Azul en la calle de Londres, en pleno corazón de Coyoacán. Cavilo sobre la cantidad de turistas que la visitan a diario últimamente; sobre los souvenirs, bolsas, pins y accesorios que se venden a las afueras del lugar, en una época ya acostumbrada a la sobreproducción de la imagen. A decir verdad, son los objetos y las cenizas que habitan la casa-museo los encargados de contextualizar la explotación del artista, haciendo que el todo y las partes generen una relación dialéctica según la cual se necesitan mutuamente para edificar una realidad constituida no sólo por el arte autobiográfico de Frida Kahlo, sino también por un materialismo conceptual que la ha llevado a ser un ícono pop de este pragmático México contemporáneo.

Es entonces que la historia se construye gracias a las fuentes materiales, ya sean consideradas obras de arte, basura reciclable, avance tecnológico, herramienta, patrimonio, souvenir o alimento. Son estos objetos los que encierran el conocimiento y merecen el análisis y la preservación. No es casualidad que hasta este siglo xxi consideremos, gracias a piezas arqueológicas, textiles, granos, documentos y fotografías, la posibilidad de que exista un museo dedicado al maíz [1], como si el alimento originario más importante en México, cuya presencia es inseparable al de la historia nacional, no hubiera merecido antes un recinto sagrado para su contemplación y estudio. Es ahora, cuando la modernización que ha moldeado la agricultura (especialmente a partir del siglo xx) no ha logrado resolver el problema del hambre, que miramos la fecundidad de nuestra tierra. Es ahora, con la crisis ecológica y el cambio climático, que vemos afectada de manera progresiva y preocupante la producción de alimentos, controlada cada vez más por un puñado de poderosas empresas transnacionales, las cuales diseñan y venden la tecnología alimentaria, dominan los mercados y logran cambiar a su favor las relaciones sociales de la agricultura. Aunque México importa buena parte de sus alimentos desde la década de 1970, lo cual ha vulnerado la capacidad del país para abastecer esta necesidad básica de su población, es justo ahora cuando el maíz juega un papel fundamental. Además de ser nuestro alimento principal y el cultivo más importante, es la planta que fue domesticada en este territorio hace miles de años y que sigue teniendo una importante riqueza genética, preservada aún por los campesinos. Desafortunadamente, las políticas neoliberales dominantes desde la década de 1980 han hecho que las importaciones del grano incrementen año con año, especialmente después de la liberalización total de su comercio en 2008, en el marco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan). Esta situación se agrava cuando se evidencia que nuestro mayor proveedor de cereal, Estados Unidos, destina cantidades importantes de su producción maicera a la fabricación del agrocombustible etanol, encareciendo así la existencia del maíz en el mercado mundial.

¿Es entonces hora de volver a la semilla? Fitzgerald y Borges nos adelantaron este viaje, esta paradoja que encierra el principio y el fin de la cosmogonía de cualquier cultura en este planeta. Exponer en un museo el valor de una milpa como sistema de cultivo que marca los calendarios ceremoniales de toda la región mesoamericana nos remonta a un origen aún más trascendental y cultural que el plasmado en el ayate del indígena chichimeca Juan Diego Cuauhtlatoatzin, referente e ícono religioso y popular en México y Latinoamérica. La imagen de la Guadalupana nos da indicios de que no sólo los museos están interesados en conservar objetos de amplia información histórica y cultural. Sin embargo, sí deben encargarse de resignificar los objetos y ayudar a proveernos de un futuro con la suficiente tecnología, aprendizaje y superación de los modelos neoliberales de explotación, que, al buscar el beneficio económico, recurren una y otra vez a las exposiciones de grandes autores que aseguran la aceptación masiva, más que la polémica y la reflexión social; la interacción en los espacios públicos o la venta y el ambulantaje del arte y demás productos comerciales y de consumo.

Los museos no pueden permitirse ser tristes contenedores de objetos y colecciones. Deben romper definitivamente con el espacio como su máximo condicionante para crear comunidades y experiencias que vayan más allá de la obra física o el objeto artístico, con el fin de intentar despertar nuestra memoria colectiva, estimular nuestros sentidos y alejarnos del mundo material que intenta constantemente volvernos sus nuevos objetos.

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[1] Cencalli: Casa del Maíz y la Cultura Alimentaria es un museo vivo conformado por ocho salas de exposición dedicadas a pensar, valorar y divulgar la cultura alimentaria nacional. Fue inaugurado el 29 de septiembre de 2021 y se ubica en el inmueble del antiguo Molino del Rey, edificado en honor a Carlos I de España y utilizado en ese entonces para la elaboración de harina. El museo es una construcción histórica que data del siglo xvi. Se encuentra en lo que se conocía como Lomas del Rey, hoy Complejo Cultural Los Pinos, y actualmente busca honrar el maíz y resignificar así este espacio.

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REFERENCIAS

  • García Blanco, Ángela. 1994. Didáctica del museo. El descubrimiento de los objetos. Madrid: Ediciones de la Torre.
  • ______. 2017. El maíz y la alimentación: crisis, políticas y alternativas. Tijuana: El Colegio de la Frontera Norte. https://www.colef.mx/evento/maiz-la-alimentacioncrisis-politicas-alternativas/.
  • Adamuz, José. 2019. Cómo serán los museos en 20 años. National Geographic. https://viajes.nationalgeographic.com.es/lifestyle/como-seran-museos-futuro_14868.
  • Sáenz Guzmán, Claudia. 2021. Un paseo por el museo “Cencalli, la Casa del Maíz y la Cultura Alimentaria”. Servicio de Medios Públicos. https://www.capital21.cdmx.gob.mx/noticias/?p=27317.