La música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo
Platón
Todo marchaba con normalidad en el Conservatorio Nacional de Música. Era 19 de septiembre de 2017. 13:13 pm. En los pasillos de mi alma máter se escuchaba una mezcla de obras musicales: un piano, por un lado, un tenor por el otro y más adelante un violín desafinado perfeccionando la técnica.
Yo me encontraba en el salón de música antigua en una clase de ensamble con un grupo de jóvenes instrumentistas, un clavecín, una guitarra barroca, dos violines y un cello me acompañaban en aquella sesión en la que una profesora revisaba Mariposa de sus rayos del compositor Novohispano José de Orejón y Aparicio, maravillosa obra que está en todas las plataformas digitales de música. De pronto, todo cambió, la realidad de los músicos de aquella aula, al igual que para el resto de mexicanos, fue totalmente interrumpida por un movimiento telúrico que, por lo menos, ningún alumno de la institución había sentido antes en su vida.
Las horas siguientes nos unificaron en nuestras acciones con la mayoría de los habitantes de la Ciudad de México. Volví a casa a pie con mi mejor amigo, todos querían comunicarse con sus familiares, tenían miedo de una réplica, había mucha tensión en las calles, algunas personas lloraban.
“No camines cerca de los edificios, no fumes, no satures las redes, ¿has visto el video del edificio derrumbado?, revisa con atención tu casa”. Sólo quería llegar a casa para asegurarme que mi madre estuviera bien, vivía cerca de Tlatelolco.
Dos días después del terremoto, ya con la mente más clara, se formaron numerosos grupos de estudiantes. Los músicos no podíamos quedarnos atrás, aquel ensamble que unos días antes tocaba a mi lado en clase se juntó. Y en la calle, codo con codo con otros mexicanos, éramos cientos. Acudimos al pueblo de San Gregorio, en Xochimilco, donde pude contemplar una escena sumamente contrastante con lo que cotidianamente apreciaba pero no valoraba, se trataba de ese joven chelista de delicadas manos y complexión sumamente delgada, cargando una plancha de muro que, por el peso, le doblaba las rodillas, le descomponía el rostro y hacía temblar su cuerpo. Se llama Emiliano de Gante.
Recordé a ese mismo músico unos días antes en el salón tocando bellas melodías, haciendo bromas, sonriendo, danzando el arco de su instrumento y haciéndolo vibrar de una manera muy lejana a lo que observé en aquel terreno destruido. Por la noche nos dirigimos al multifamiliar de Tlalpan, donde se gestaron las dudas más grandes de mi vida. Hice fila para poder proveer a los héroes, que estaban en la zona cero, de cubetas vacías para rellenar con escombro, herramientas y vigas de madera de un peso impresionante. Cuando llegaron esas enormes trabes me di cuenta de mi incapacidad de ayudar. De mi lado derecho se encontraba un compositor, del izquierdo un clarinetista y más adelante un pianista, intérpretes que se fueron sumando al grupo. Entre todos nos dábamos palabras de apoyo.
Al igual que una orquesta, todo estaba sumamente coordinado en un ritmo constante: recibir, girar el torso y entregar los materiales. De pronto, un dominó de puños al aire, arrojó la señal del silencio. Todos paramos. Me quedé con una viga como de 200 kilos en las manos tambaleándome sobre mi propio eje, los demás, al darse cuenta que no resistiría, fueron en mi auxilio. De vez en cuando salía una persona gritando “necesitamos un intérprete de chino”, “necesitamos tres plomeros”, “necesitamos un carpintero”. Las personas con la preparación necesaria se acercaban a ofrecer su ayuda, obviamente nunca solicitarían a una cantante de ópera.
Todo marchó “bien” esa noche. Me retiré antes de que cerrara el metro y volví a casa para pasar la noche en vela con las siguientes preguntas: ¿para qué sirve la música?, ¿qué puedo aportar a la sociedad?, ¿y si renuncio a la música y me cambio a enfermería? Nada de lo que hiciera sería suficiente para ayudar a mis compatriotas. Con todas las emociones a flor de piel, me encontré ante una gran incapacidad de ofrecer algo más, algo sobresaliente. Sentía que mi intervención tenía que ser útil o vital para los demás. Esas preguntas y la vibración nocturna que provocaba el paso de tráileres, que transitaban a una cuadra de mi casa y me ponían en alerta total, me hicieron compañía esa noche en la que estuve replanteándome si estaba perdiendo el tiempo con una carrera tan inútil y tan larga.
Después del sismo, las clases en el Conservatorio fueron suspendidas aproximadamente por tres meses (o así lo percibí), durante ese tiempo recibí invitaciones para ir a cantar a albergues, hacer ópera clown y poder regalarle un rato de distracción a los sobrevivientes de esta catástrofe; sin embargo, mi voz no quería salir, no se sentía eficiente ni fructífera, no quería manifestarse, me parecía que eso no le salvaría la vida a alguien.
Luego de unos meses, las actividades se retomaron y, con un vacío dentro de mí, acudí a la escuela para continuar con mi vida. Mis preguntas tardarían varios años en ser respondidas. La imagen romántica del cantante de ópera, de la diva y del músico virtuoso se desplomaron dentro de mí, hasta que pude encontrar en la enseñanza de la música, en específico del canto, un espacio seguro donde se sensibiliza a músicos y a los no músicos, se dota de herramientas de expresividad y se fortalece el autoestima de las personas.
Narro esta anécdota para invitarte a reflexionar. Evidentemente cada pieza en la sociedad es sumamente importante, cada oficio tiene un lugar. ¿Qué sería de nuestra vida sin los y las recolectoras de basura?, ¿qué haríamos sin una papelería cerca de casa?, ¿cómo serían nuestras vidas sin los maestros de educación básica o sin personal de enfermería? Si, estimado lector, sería muy complicada.
Ahora, después de seis años, puedo responderme esas preguntas, pero no me es suficiente con responderlas para mí misma, compartirlo se ha vuelto mi proyecto de vida. Por ello he encontrado en Quiote uno de los mejores lugares para poder compartir mi experiencia. Intenta responder esta pregunta: ¿qué sería tu vida sin música?
Tenemos música para todo, para reír y llorar, para recordar a los que ya no están; música solemne, el maravilloso himno nacional; música para bailar o declararse al bien amado, para aprender los números y letras o partes del cuerpo, hasta para limpiar la casa, ejercitarse o llevar a cabo actividades religiosas.
Para mí, la vida sin ella sería lo más miserable. Supe que quería dedicarme a este arte desde antes de entrar al kínder. Ahora me he dado cuenta de lo peligroso que sería un ambiente sin artes. Déjame contarte cuáles son los beneficios a nivel individual y en la sociedad de la existencia de una de las siete bellas artes. Estoy segura de que, en situaciones como el sismo, y en la vida cotidiana, México sería un país más pacífico y ordenado si todos sus habitantes tuvieran una relación más íntima con las artes desde edades tempranas y hasta el fin de la vida.
El cuerpo humano emite naturalmente una gran cantidad de sonidos, ritmos y notas que se desprenden del recorrido del torrente sanguíneo, de la respiración, el latido del corazón, la digestión y la propia voz. Por ejemplo, se sabe que la oxigenación cerebral de los bebés prematuros aumenta con la intervención del canto de su madre en sólo un par de semanas. También se conoce que la música en las infancias beneficia aspectos sociales como: el trabajo en equipo, la comunicación, la coordinación motriz, el desarrollo del lenguaje, el sentido de pertenencia, la inclusión social, la empatía, la sensibilidad y por supuesto la expresión, así como la secreción de serotonina, adrenalina, oxitocina, (la hormona del amor) y dopamina. No es gratuito que la música sea una herramienta de aprendizaje desde preescolar, pero lamentablemente se va diluyendo conforme los alumnos van avanzando en la trayectoria académica.
En Berlín y Postdam existe un maravilloso proyecto, que debería ser replicado en todo el mundo. Se trata de MitMat Musik, dirigido por Demetrios Karamintzas. Es un centro en el que “la educación musical sirve como medida de primeros auxilios. Muchos de estos niños tuvieron que huir de sus países con los peligros y las pérdidas que esto conlleva, incluso vivieron la guerra, llevan consigo heridas visibles e invisibles”.
Aquí no nos importa qué hayan vivido antes o de dónde vengan, no hacemos esas preguntas en MitMat Musik, nuestros participantes y sus familias han aprendido como refugiados cuán seria y valiosa es la vida, y depositan su confianza en nosotros. Saben que aquí están a salvo. Lo más importante para nosotros es que dejamos fuera del aula todo lo que pasó antes y, por unas horas, sólo pensamos en la música.
Demetrios Karamintzas, en Deutsche Welle, 2022
Los niños aprenden el lenguaje directamente de la música y me hace sentir sumamente preocupada que hoy en día, la sociedad no presta interés en discriminar las músicas que le dan a consumir a los menores, ya que se sabe que también está íntimamente relacionada con la memoria del léxico que aprendemos. En el futuro veremos un aumento en la violencia, el abuso sexual y la delincuencia si seguimos consumiendo el fastfood musical de la actualidad. Existen muchos tipos de música que tienen una mejor calidad y mensaje que podríamos ofrecer para nuestros pequeños y para nosotros mismos.
No es gratuito que, desde la antigua Grecia, se le atribuya a la música el poder de embelesar al oyente, causar sentimientos variados e incluso excitar las más bajas pasiones. El orden estético del sonido estimula algunas zonas del cerebro y segrega químicos que tienen muchos efectos positivos en el cuerpo. Por ejemplo, en los siguientes artículos publicados en la prestigiosa página Pubmed se habla de los favores que ésta le brinda a los pacientes geriátricos.
…se sabe desde hace casi 10 años, que las regiones del cerebro asociadas con la memoria musical a largo plazo permanecen intactas hasta las etapas avanzadas de la demencia, convirtiendo a la música en un importante recurso terapéutico en el deterioro cognitivo.
PUBMED, 1 de diciembre de 2022.
La musicoterapia todavía está en procesos de estudio; sin embargo, se ha demostrado mediante resonancias magnéticas que de la mano con un tratamiento alópata, la musicoterapia brinda a pacientes con cáncer y politraumatismo una reducción de ansiedad y dolor más significativas que cuando el paciente únicamente está recibiendo medicación regular.
Se incluyeron 22 pacientes. Todos los pacientes experimentaron niveles moderados y altos de ansiedad antes del tratamiento de quimioterapia en ambos días. Hubo una reducción estadísticamente significativa de la ansiedad en ambos grupos después de la quimioterapia, pero con niveles más bajos de ansiedad en el grupo de intervención musical.
El uso de la música en pacientes críticos politraumatizados reduce los niveles de ansiedad y dolor, aumentando el bienestar del paciente y mejorando la calidad de la atención. La musicoterapia, por tanto, se considera beneficiosa como medida complementaria en las unidades de cuidados críticos. Valdría la pena continuar los estudios en éste y otros ámbitos hospitalarios.
Por lo anterior, como músico profesional considero que, independientemente del campo laboral de cada persona y a cualquier edad, es importante que todos tengamos una relación íntima con la música y las artes. Además de que sea parte de las actividades de bienestar como el ejercicio, la buena alimentación, el cuidado de la piel, la higiene o el sueño. Creo fielmente que estos buenos deseos sólo serán posibles cuando la educación musical se fortalezca en nuestro país y que las artes sean prioritarias para el alumnado, desde preescolar hasta el nivel universitario, que la música sea nuevamente materia fundamental (lo fue en siglos pasados), como lo son las matemáticas, el civismo y la lengua. De no ser así, vislumbro que las personas cada día serán menos sensibles ante lo que nos debe de conmover. Parece que cada vez necesitamos ver más sangre en las películas, consumir más “pornografía” audiovisual y en la música y atragantarnos con mayor frecuencia de chucherías multimedia, que sólo denotan el conformismo que tenemos. Parece que volvemos después de siglos de brillantez científica y artística, a reacomodarnos al consumismo más precario y primitivo, pero ahora con tecnología.
En los últimos años el Senado de la República sólo ha realizado un homenaje a los compositores que “equilibran silencios y sonidos para crear ritmos, sonoridad, armonías y melodías que mueven a la nación”, dijo en 2022 Olga Sán- chez Cordero. Ahora, yo respondo ¿y luego? Si ya sabemos esto, ¿por qué limitar todo a hacer sólo un homenaje? Esto no se debe de tratar únicamente de eventos para llenar la agenda del Senado, se tiene que replantear completamente la situación cultural de nuestro país.
En la página del Senado de la República, se puede leer “Necesitamos ponernos de acuerdo en lo que pueda beneficiar a este gremio (los compositores), sin demagogia y sin instrumentos de manipulación” dijo Ricardo Monreal Ávila. Yo insisto, ¿y luego? ¿podremos pasar a las acciones concretas?
Los mexicanos somos personas de pasión, de unión, sacamos “la garra” hasta por nuestro enemigo cuando hay situaciones adversas como el sismo, pero ¿qué pasa en la vida cotidiana cuando rebasamos al ciclista o cuando nos hacemos los dormidos en el transporte para no ceder el asiento? No podemos dejar la responsabilidad de este tipo de cosas únicamente a la música o al gobierno o al conductor infractor, debemos involucrarnos todos, definitivamente la solución es multifactorial al igual que el problema.
Por ello, te invito a que dejemos de programar la mente de nuestras infancias con frases como “la música clásica es aburrida” cuando no hemos consumido ese tipo de arte.
¿Qué dices?¿vamos a un concierto?