La educación y la divulgación de las ciencias han generado un interés notable desde siglos anteriores y lo podemos constatar por los registros históricos. Con la llegada de los europeos a América, se imprimió en La Nueva España el primer libro de matemáticas en el continente en 1556; en la Real y Pontificia Universidad del Continente se creó la primera cátedra de Matemáticas y Astronomía en América en el año 1630. Podríamos dedicar un espacio considerable para describir el quehacer científico en México a través de los siglos XVII al XIX, con lo que podríamos plantear que, con base en las experiencias adquiridas, ya se sabía cómo abordar las necesidades de la educación y la divulgación de las ciencias.
Aun así, si esperábamos que para el siglo XIX el México independiente fuera una potencia en las ciencias basado en los antecedentes que vienen desde el siglo XVI, resultó que no lo fue. Para ello, existen diferentes factores que influyeron durante todos los siglos del virreinato: la cuestión de las clases sociales, una educación controlada por el clero, el declive del avance de las ciencias en España, etcétera. Así, tendríamos una serie de elementos por analizar y ubicar para diagnosticar el estado de la educación no sólo de las ciencias, sino, en general, de todas las áreas de conocimiento en el siglo XIX.
Estado de la educación en el siglo XIX
Para entender de manera integral el estado de la educación de las ciencias en el siglo XIX, primero planteemos algunas características de la manera en la que estaba conformada la educación en las primeras décadas del México independiente, en particular en el periodo juarista; después veremos que es notable la existencia de analogías que se daban con el México de mediados del siglo XX.
Las semejanzas no terminan ahí. Nos sorprende ver que, actualmente, en el 2024, seguimos enfrentando algunos de los mismos retos para la educación de las ciencias semejantes a los del pasado. Uno de los principales, es el de implantar las semillas de interés en los jóvenes y en los adultos con poca preparación en las ciencias para que se acerquen a ellas. Además, implantarla en los jóvenes es más apremiante en estos tiempos tecnológicos.
Hace 200 años, ya consolidada la independencia, surgieron las primeras escuelas, con un corte más institucional; entre ellas, las escuelas lancasterianas, que se fundaron principalmente en la zona centro del país. Estas escuelas estaban pensadas con base en las ideas pedagógicas del inglés Joseph Lancaster. Esta clase de escuelas fueron fundadas principalmente por maestros particulares o eran escuelas gratuitas vinculadas a los conventos, las cuales llegaron a tener el reconocimiento del gobierno.
En 1822 existían 71 escuelas de educación primaria en el centro del país y contaban con aproximadamente 4 000 alumnos. Para 1842, el gobierno, prácticamente, había delegado (pero bajo su vigilancia) a la compañía lancasteriana la educación primaria en toda la República.
No podemos dejar de señalar que para lograr avances en un sistema educativo que ya fuera regulado por el Estado, durante el siglo XIX se tuvo que caminar por las brechas complicadas que gestionaba el clero. La promulgación e implementación de las Leyes de Reforma, de 1855 a 1863, marcó la nueva relación entre el Estado Mexicano y la Iglesia Católica: se pasó de la concordancia y cooperación bilateral a la separación legal. Esta situación generó una relación de confrontación socio-política. El Estado trataba de construir su autonomía plena, mientras que la Iglesia Católica, con apoyo de los conservadores, buscaba mantener sus privilegios corporativos.
La nueva relación Estado-Iglesia se orientó por diversos caminos, uno de los más relevantes fue el de tener control sobre la educación. Después de la promulgación de la Constitución de 1857, algunos liberales como Guillermo Prieto, Francisco Zarco y Benito Juárez, entre otros, buscaron erradicar el monopolio de la educación al clero católico y, de esta forma, crear una estructura educativa para beneficio del pueblo, no sólo un perfil evangelizador como lo había sido.
El gobierno juarista impulsó la educación obligatoria y gratuita. Estas disposiciones quedaron en la Ley Orgánica de la Instrucción Pública de 1867; además, en 1869, la ley se complementó para que fuera laica, patriótica y científica. Con esta base legal, ya se tenían los elementos para una estrategia educativa, necesaria para la consolidación del Estado nacional.
El gobierno visualizaba que la educación debía tener un cauce social y que era su encargo dirigirlo y llevarlo a toda la nueva República. Un elemento central en la contienda ideológica fue el control de las escuelas: el Estado del siglo XIX, de pensamiento liberal, asumió la regulación educativa a través de la creación de escuelas, para así promover la educación pública, dirigida principalmente a quienes no tenían acceso a la educación privada. Tener el control y planeación era fundamental para la política educativa del México independiente, y ahora sabemos que también lo es en la época actual. La Iglesia Católica aún pudo desarrollar libremente sus funciones educativas en las escuelas privadas y parroquiales, sin que las leyes de 1869 sobre la educación laica le impidieran sus funciones. Esta travesía de los liberales para consolidar el monopolio de la educación básica y pública en aras de la formación del Estado Nación no permitía aún que se pudieran fortalecer en el corto plazo las disciplinas asociadas con las ciencias. Las prioridades estaban en las humanidades y las letras. Las matemáticas, enfocadas a la aritmética, también eran prioritarias, pero en un nivel menor. Por otra parte, en el caso de la educación (restringida sólo para las clases más favorecidas tanto en lo económico como en lo social) ya se contaba, desde finales del siglo XVIII, con instituciones que formaban perfiles en ingeniería con una formación en las ciencias: el Real Seminario de Minería, el Colegio de Minería, el Observatorio Astronómico Nacional, el Instituto de Geografía y Estadística, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, la Comisión Geográfico Exploradora, el Instituto Geológico Nacional, la Comisión Científica Mexicana y la Comisión Geodésica Mexicana, entre otras.
La mayoría de estas instituciones fue controlada por los liberales. Un ejemplo de ello es que Benito Juárez introdujo la carrera de ingeniería civil en 1867, al mismo tiempo que transformó el Colegio de Minería en la Escuela Especial de Ingenieros. En 1868 se inauguró la Asociación de Ingenieros Civiles y Arquitectos de México.
Se puede apreciar que se asumían dos paradigmas de la educación de las ciencias en la República Restaurada. Por un lado, ya se tiene el control de la educación básica, pero las ciencias no podían aún ser la prioridad; lo apremiante estaba en la alfabetización, las humanidades y la matemática básica. Por otro lado, se tiene formación profesional para los ingenieros, pero esta preparación aún no es para todos, sólo para los que ya tenían una formación con más estructura científica en la etapa básica, y esto no era accesible para una población amplia sin recursos.
Quedaba todavía un sector muy amplio de la población que también merecía tener una instrucción en las ciencias, el sector de la clase trabajadora al servicio de la industria y los servicios en plena República Restaurada era muy amplio y, si se le proporcionaba conocimientos de ciencia y técnica, entonces podría tener mejor desempeño en sus trabajos e incluso tener trabajos productivos propios. Al mismo tiempo, se requerían lecturas complementarias para los niños que infundieran a temprana edad una cierta cultura de las ciencias.
En esos años era común que llegaran, del extranjero, publicaciones de corte divulgativo como La Nature, de Francia; La Enseñanza, de Nueva York o El Camarada, de España. Todas estas publicaciones, sin duda, eran de calidad, pero no asequibles para la mayoría de las personas interesadas en ampliar sus conocimientos. Esto debido al costo y porque sólo se podían adquirir por suscripción o si se pertenecía a una clase social con acervos bibliográficos.
Cabe señalar que las publicaciones editadas en México tampoco se adquirían con facilidad. Las publicaciones extranjeras atendían principalmente temas de sus quehaceres locales, en las publicaciones europeas se encuentra que los temas de literatura, arte, incluso ciencias estaban dirigidos a los intereses de las sociedades regionales y con las mejores posiciones sociales. Por lo mencionado, se percibe que existía la necesidad de crear publicaciones en el México de la segunda mitad del XIX con temas de divulgación de la ciencia, desde un contexto local que se ocupara de lo que permeaba en nuestro entorno social.
Sobre las publicaciones para jóvenes y clases trabajadoras se han tenido notorios altibajos. Recordemos que cuando se fundó la Secretaría de Educación en los años veinte del siglo XX, se vivió una época dorada de libros para niños. José Vasconcelos impulsó las publicaciones en las cuales intervinieron los mejores artistas gráficos del momento, como Montenegro y Fernández Ledesma. A partir del final de la década de los años treinta, todo el aporte del exilio europeo, junto con artistas y escritores mexicanos, dejó una derrama bibliográfica de una calidad notable. Entre los grandes beneficiarios, por supuesto, estuvieron los niños y también las clases trabajadoras. Para ellos se crearon colecciones notables para reforzar su educación básica.
En México parece que todo es cíclico, porque a partir de la década de los ochenta del siglo XX se empezó a gestar una serie de elementos que dio lugar a que el sistema educativo, apoyado en la Secretaría de Educación Pública, empezara a tener rezagos y obstáculos. Estos contratiempos empezaron a dar señales de que se estaba gestando un retroceso en la educación básica. Así, transitamos en la década de los noventa con un Tratado de Libre Comercio que de la mano con el PRI lastimó aún más el paradigma educativo que se tenía. Se llegó al nuevo milenio y ya no había duda de que los cambios en el sistema educativo estaban dañando la formación de los niños.
En los últimos 15 años nos ha tocado presenciar las nuevas propuestas que se han planteado para las reformas educativas. Estamos en un debate aún sin terminar para saber cuál es el verdadero derrotero que más conviene para la formación de los más jóvenes, pero ahora tenemos nuevos factores que no existían en las primeras décadas del siglo pasado: la globalización, la política interna, los intereses económicos y otros más. Sin duda, aún tenemos un debate muy dinámico para encontrar el mejor camino, pero es mejor que estemos en la discusión, que estar en un letargo crónico. De lo que no tenemos duda es que la educación de las ciencias es un elemento fundamental para el presente y el futuro de la República, y transmitirla a los jóvenes no ha dejado de ser un reto desde los inicios del juarismo. Se mencionó, párrafos arriba, que la educación básica ha tenido altibajos y que parece que los periodos son cíclicos; entonces, con base en esta afirmación, mencionemos a quien podríamos considerar como uno de los primeros divulgadores de la ciencia en el México independiente. Nos referimos a José Joaquín Arriaga.
José Joaquín Arriaga
Nació en 1831 en la ciudad de Puebla, México. Se formó en una escuela lancasteriana en Zacatlán de las Manzanas. Egresó del Colegio de Minería, de donde se graduó como ingeniero topógrafo y agrimensor en 1859. En 1863, fue nombrado subsecretario de Fomento; en 1865, fue nombrado inspector general del centro de Puebla y en 1882 fue designado director interino de la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria, donde fue profesor de topografía.
Fue miembro de la Academy of Natural Sciences of Philadelphia en 1874, socio de la Sociedad Humboldt en 1869, miembro de la Comisión Científica del Valle de México en 1855, socio de la Compañía Lancasteriana de México en 1868 y mucho más. Fue periodista, divulgador, director y colaborador en diversos libros, periódicos y revistas.
Para la década de 1870, en México se tenían publicaciones con perfil para los jóvenes y los trabajadores, ejemplo de ellas son: El Obrero del Porvenir (1870), La Enseñanza (1870–1876), El Correo de los Niños (1872–1883), El Escolar (1872), La Edad Feliz (1873) y La Niñez Ilustrada (1873–1875).
En el contexto de las publicaciones en 1871, Arriaga comenzó un gran proyecto de divulgación de la ciencia: publicó el primer fascículo de la colección La ciencia recreativa, publicación dedicada a los niños y a las clases trabajadoras, Una publicación periódica que apareció hasta 1879 y que podemos clasificarla en tres etapas: la primera en 1871, la segunda en 1874 y la última en 1879.
José Joaquín Arriaga tenía muy clara la importancia de popularizar el conocimiento científico y vislumbraba que la prensa científica dedicara parte de su infraestructura a los que iniciaban su formación o no la habían completado, y una colección como la que planteaba sería un vehículo fundamental. Así, La ciencia recreativa… llegó para ocupar un espacio vacante.
Arriaga decidió que el mejor camino para la divulgación científica dedicada a los grupos señalados sería la ficción narrativa en formato de novela. Por las fechas registradas y por la manera novelada de presentar los temas, no hay duda de que Arriaga seguramente tenía la influencia de Julio Verne y que conoció su manera de difundir la ciencia a un público amplio.
Desde la aparición de los primeros fascículos, La ciencia recreativa… tuvo buena aceptación en el país. Se publicaron opiniones en revistas como El Ferrocarril, La Voz de México, El Católico, de Zacatecas; La Sombra de Arteaga, en Querétaro; El siglo XIX, la Revista Universal, y El Monitor Republicano, entre muchas otras. Ahora que estudiamos la obra de Arriaga con la mirada del presente, nos convencemos de que difundir el conocimiento, en este caso los temas de ciencia, no tenía por qué ser de una manera rígida. La elección de José Joaquín Arriaga de recurrir a una manera literaria para acercarse a los jóvenes y trabajadores fue y es un acierto.
El autor de este artículo tiene registradas 79 publicaciones de La ciencia recreativa y posiblemente son todas las que existen. Es importante mencionar que cada fascículo presentaba una litografía, ya sea de Hesiquio Iriarte o de Viuda de Murguía e Hijos. Esto último nos indica que la publicación estaba pensada para darle al lector no sólo conocimiento científico, sino elementos para apreciar el arte. Las publicaciones trataron temas diferentes: botánica, física, meteorología, biología, astronomía, agricultura y más. Cada una constaba de, aproximadamente, 30 páginas.
Antes de dar paso a mostrar y comentar uno de los fascículos de la colección, creemos que es importante señalar, nuevamente, que la manera de transmitir los conocimientos ha tenido sus periodos cíclicos o, dicho de otra manera, sus altibajos. Para la época de Arriaga se tenía la inquietud de formar de mejor manera a los que menos posibilidades tenían de recibir una educación privada. Ahora, como ya se mencionó, desde la década de los noventa atravesamos por algo semejante: cómo ofrecer una educación de mejor calidad, pública y gratuita.
Sabemos que la solución al problema no es fácil, genera debates de gran encono y enfrentamiento. Lo que sí queremos decir aquí es que miremos lo que se ha hecho en el pasado, no para repetirlo de manera idéntica, sino para tomar elementos que nos puedan apoyar en el presente. La idea de los ciclos también recae en que, de alguna manera, siempre regresamos a enfrentar problemas del pasado. Y si en otras épocas se avanzó, formando a nuestros mentores del presente, hay que observar cómo se hizo antes y tomar inspiración de ello.
El cultivador del maguey
De entre las 79 publicaciones de La ciencia recreativa… destacamos “Cultivador del maguey”, puesto que se trata de una planta nativa sorprendente, con múltiples propiedades para la industria, la salud, los destilados y el ornamento que Linneo nombró Agave, del griego agavos que significa “magnífica, admirable”.
Arriaga conocía las grandes cualidades de esta planta, que se mostraba en los territorios más inhóspitos y que se podía
ver a la distancia a través de sus imponentes “astas coronadas con ramilletes de flores”,1 y a las que se llamaba quiote.
“Cultivador del maguey” fue publicado en 1874. Es un diálogo entre distintos personajes. Unos opinan que el maguey sólo sirve para generar bebidas embriagantes y otros defienden sus múltiples propiedades. A través de sus 39 páginas “Cultivador del maguey” presenta a sus interlocutores las haciendas donde se cultiva el maguey como lugares de gran desarrollo, describiendo de manera muy detallada su anatomía, cómo podarla, reproducirla, trasplantarla y administrar su cultivo. Asimismo, describe el proceso de extracción del aguamiel, la producción del pulque y las ganancias, si se administran adecuadamente los cultivos. Hace énfasis, también, en el potencial industrial que tiene la planta para la producción de azúcar, vinagre, sales, papel, fibras, telas, materiales de construcción y usos médicos. La presentación novelada convence a sus interlocutores del enorme potencial de desarrollo para las regiones donde se puede sembrar el maguey. Arriaga pretende adentrar al lector de una manera agradable para mostrar que se puede aprovechar el maguey si aprende de sus propiedades. El fin es dejar la semilla del interés para que el lector trate de llevar a la práctica lo estudiado y así adquirir la experiencia real que necesitará para alcanzar los beneficios tangibles de sus aprendizajes.
Sabemos que la confrontación de ideas en lo que corresponde a la educación seguirá en los primeros lugares de interés, y podríamos preguntarnos por qué no miramos lo que hicieron antes los personajes que enfrentaron situaciones semejantes. Existen condiciones iniciales que ya no pueden ser las mismas, pero también es cierto que hay otras que no han cambiado totalmente. Si después de una revisión cuidadosa y responsable se concluye que ya no es viable llevar a cabo las formas del pasado, aun así, regresemos a estudiar a los personajes como José Joaquín Arriaga como una deuda que hay que saldar, pues aportaron mucho a lo que hoy conocemos como República Restaurada.
Notas a pie
1 José Joaquín Arriaga. 1874. “La Ciencia Recreativa. Publicación dedicada a los niños y a las clases trabajadoras. Volumen de Agricultura e Industria. Fascículo: El cultivador del Maguey. México: Imprenta de Ancona y Peniche, Calle de Alfaro, núm.13. Pag. 9.