EL MESTIZAJE MEXICANO Y LA IMPERTINENCIA DE SER LO QUE SEA

por | NÚMERO UNO

PEDRO MÁRQUEZ NAVA

Una vez más la maldita duda que nos ha acechado durante mucho tiempo, ¿qué es ser mexicana y mexicano? Probablemente tu mente te lleve a las siguientes imágenes y sonidos: un estadio de fútbol con muchas playeras verdes, fotos en blanco y negro de Pedro Infante o Frida Khalo, el Ángel de la Independencia, tacos, pozole y demás delicias. Todo eso mientras de fondo suena el Huapango de Moncayo. Un simple y gran comercial. ¿En serio eso es México? No lo es, entonces ¿qué es?
          La propuesta que hago es usar nuestra Historia como agente exorcizador del desdeñamiento del interés nacional. Ante los problemas internos del país, el conocer nuestra experiencia pasada, ver el éxito y fracaso de otros que están en una posición similar a la nuestra, nos puede dar una herramienta base y rectora de nuestro comportamiento y posición política. Asumo que ponernos de acuerdo en hechos (sic) es el pegamento que nos hace falta, que no es lo mismo que llegar a un pensamiento único.
         
Nuestra circunstancia crono-geográfica nos ha llevado por el sinuoso camino para buscar cómo conducirnos hacia el desarrollo y a defendernos de amenazas externas que atentan en contra de nuestra soberanía. Todo esto al mismo tiempo que no sabíamos qué era el “mexicano”. El concepto de nación, aunque haya sido europeo, nos es familiar a todos los humanos que hablamos una lengua en común, nos alimentamos de forma similar y contamos con los mismos ritos sociales.
          Al tratar de unificar los conceptos de nación y mexicano, nos encontramos ante un aparente vacío que, más pronto que tarde, nos evoca a ese comercial de televisión (¿en qué pensarían los mexicanos ante la misma pregunta antes de los comerciales?). Ese vacío se origina en el hecho de que México es un concepto que tiene menos de 200 años de existencia; sin embargo, nuestro acervo cultural tiene miles de años.

Es a propósito que saco la palabra México: ¿sabemos qué significa? Seguramente una parte dirá que no sabe, el resto dirá que es “el ombligo de la luna”. No debatiré el significado aquí, para eso podemos (y propongo que debemos) leer Historia del nombre y de la fundación de México de Gutierre Tibón. Lo que quiero que pensemos es sobre nuestra incapacidad de tener un consenso verdadero y único del significado del nombre de nuestro país. Esa falta de conocimiento ha sido (y es) nuestra ancla que nos impide pensar y dialogar, en todos los niveles de nuestra vida, en un desarrollo sostenido para el país.

          Durante nuestra historia de relaciones internacionales con las potencias extranjeras, hemos tenido dos tipos de negociadores, a veces mezclados en una sola persona, ante los rudos embates del siglo XIX con el propósito de buscar el cobijo de potencias para disuadir a otras de dañarnos mientras reuníamos fuerzas para comenzar el (solitario y soberano) camino del desarrollo: de un lado estaban aquellos que veían que no podíamos tener una nación soberana y pedían ayuda a cambio de entregar por completo el territorio y su gobierno; por el otro, quienes pensaban que el único camino asequible era el de la soberanía. Ambas posiciones siguen vivas al día de hoy.
          Las guerras civiles dentro de México en todo el siglo antepasado me hacen reflexionar sobre la falta de un proyecto nacional anclado en una identidad y que, como consecuencia, nos formaría un interés nacional sólido e inmutable. Pienso que el problema no fue, ni es la pluralidad de pensamiento, etnias o lenguas de nuestro país; el problema radica en que carecemos de una identidad nacional en la que la mayor parte del tiempo sobrepongamos a nuestro interés soberano sobre el particular o el extranjero.
         
Pongo a consideración una cita de 1848 de Lord Palmerston, Secretario de Relaciones Exteriores del Reino Unido, ante los acontecimientos europeos de entonces: “…sólo nuestros intereses son eternos y perpetuos, y es nuestro deber ser fieles a esos intereses”. Para mí, es claro que la educación pública, desde el triunfo de la Revolución, vio el mismo problema del que hoy hablo. Su solución fue usar la educación (posteriormente pública) para la formación de ciudadanos mexicanos universales. La “raza cósmica”, al no ser inmutable, que se expresa en nuestro espíritu es de visión corta al futuro. Basada en una idea falsa (el darwinismo social tan popular de finales del s. XIX) y prácticamente desaparecer el pasado milenario y plural de las naciones indígenas.
         
Parece que una gran mayoría de nuestras políticas atacan el momento presente y pocas de ellas ven por un futuro donde nuestra unidad es lo vital. Es verdad que ahora somos producto de una mezcla de muchas historias, pero el que hayamos absorbido esa soledad laberíntica mediante una imposición es lo que nos ha llevado a desentendernos de nuestro entorno y de nuestra gente. Me parece que la situación en México, a partir de 1982, ha ido marcadamente en contra de nuestro interés, nos hemos metido en esa espiral que diluye nuestro espíritu propio, de por sí ya bastante golpeado por las élites que gobernaron el país.

Otro pensamiento que es recurrente en mí es que nuestra historia aprehendida a lo largo de nuestras vidas nos ha llevado por el camino del individualismo. El falso argumento en el cual nuestro destino está siendo forjado por nuestro esfuerzo, no se sostiene ante la realidad de millones de personas que viven en la pobreza. Por el contrario, el que 5.7 millones de personas en todo el país hayan salido de la pobreza y 1.8 millones de la pobreza extrema no fue un esfuerzo individual, ni de ellos ni del gobierno actual o de las empresas. Es un logro al cual todos contribuimos: son los impuestos que casi todos pagamos, la visión y misión humanitaria de ver por aquellos menos favorecidos, y muchos otros factores que lograron esa hazaña que muchos solamente soñábamos. ¿No es ese uno de nuestros intereses nacionales?

          Y, por el contrario, el olvidarnos de cómo hemos llegado al día de hoy, pensando que la solución actual servirá sólo para hoy. Un ejemplo es el problema de inseguridad en el país. Unos están errados en pensar que la solución iba a llegar por decreto, y los otros también al pensar que el problema no tiene raíces históricas, con nombres y apellidos. En este y muchos otros casos, el conocimiento holístico nos da las herramientas necesarias para obtener ideas innovadoras que son capaces de enfrentar la realidad, ¿no es esto también de nuestro interés?
          Será que la nueva “polarización” o “despertar de las consciencias” por fin nos pueda poner al pie de la escalera de una sociedad mejor informada y con mejor prospectiva.
          Aplaudo que en los últimos años haya un agente desestabilizador del estancado pensar político, pero ese estancamiento no está plenamente ligado a lo mental, sino que también está en nuestro actuar. Tito Fuentes explicó este sentimiento de la siguiente manera: “Empiezas a analizar y te empiezas a emputar, es una cosa normal del ciudadano mexicano, vas creciendo y te vas emputando”.
         
Saquemos la cabeza de nuestro ombligo por un momento y veamos que, al mismo tiempo que lees esto, el Sur-global está haciendo un llamado claro y fuerte por los intereses nacionales, no en el sentido individualista, pero en el reconocimiento mutuo de aquellos intereses que convergen en el sentido amplio de cooperación.
         
Y esta cooperación, a su vez, refleja el sentido profundamente histórico del llamamiento a que todos formamos parte de este mundo y compartimos el mismo destino. Una de las discusiones que Confucio dejó al mundo dice: 道不同,不相为谋 que aplicado a nuestro diálogo se puede traducir a “si las personas tienen diferentes caminos (intereses), no podrán realmente planear (colaborar)”.
         
Es el neoliberalismo, en su parte cultural, la que ha querido diluir el nacionalismo de los países a favor de unos cuantos. La realidad es que en muchos lugares del planeta han hecho absolutamente lo contrario, la mayoría de los Estados-nación no han perdido su interés en seguir vivos, ¿por qué en algunos de nosotros parece que sí?
          Finalmente, ¿qué podemos hacer en nuestra vida diaria? Tomar nuestras decisiones basadas en el bien común. No se nace con la habilidad de hacerlo, como cualquier otra, hay que practicarla. Una parte nos corresponde a cada uno y otra tanto a la comunidad: leer uno de los miles de libros que hemos producido, exigir y buscar la verdad. Si te queda tiempo intenta aprender una lengua indígena, ve a tu museo de historia más cercano, aprende a cocinar un platillo típico nuevo. Espero que finalmente hablemos entre todos. No tenemos que repetir la misma receta cada seis años; la memoria histórica está ahí, solo hay que saber reconocerla. Todo esto es en lo individual, el ámbito público es diferente. En la próxima entrega plantearé lo que hizo China para consolidar en la población lo que su gobierno considera de interés nacional y cuáles han sido sus resultados.

Y bien, para ti ¿qué es el ser mexicana y mexicano?