DISECCIÓN DE UN GRABADO. DIÁLOGO A PARTIR DEL KILÓMETRO CERO

por , | NÚMERO CERO

RODRIGO ÍMAZ y SANTIAGO ROBLES

Rodrigo Ímaz y Santiago Robles, boceto, grafito y tinta sobre papel, 2022

Rodrigo: El monumento que muchas personas piensan que marca el kilómetro cero de nuestro territorio se encuentra hoy a un costado de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, justo donde está emplazado el de Enrico Martínez, el cosmógrafo del rey Felipe II, quien inició las obras de desagüe y desecación del lago de Texcoco ante las continuas inundaciones de la capital novohispana.
          El Centro Histórico de la Ciudad de México y otras de sus zonas reposan sobre lo que fue un lago. Lo que en principio fue un islote pronto se transformó en una metrópoli: la gran Tenochtitlan, una ciudad lacustre atravesada por calzadas que conducían hasta sus palacios y pirámides. La implementación del sistema prehispánico de chinampas les permitió a sus habitantes extender el territorio y tener un sistema de agricultura con el cual podían obtener varias cosechas al año.

Santiago: Es una gran ironía que, estando Tenochtitlan en una cuenca, el agua del lago no se pudiera beber debido a su salinidad. El agua potable se transportaba a través de un acueducto, ¿planeado por Nezahualcoyotl?, que iba de Chapultepec hasta la ciudad. Inclusive se piensa que una vertiente de este flujo llegaba directamente hasta el palacio de Motecuhzoma en el centro de la ciudad. Cortar este suministro de agua durante la batalla por la localidad mexica les otorgó una gran ventaja a quienes la sitiaron.
          Ya que mencionamos a Motecuhzoma y el agua, me gustaría agregar que el tlatoani Xocoyotzin no vio ni le contaron los supuestos ocho presagios que anunciaban el final de una época debido a la llegada de los españoles y que lo llevarían a intentar suicidarse en la cueva de Cincalco, ubicada en Chapultepec. Esa tradición de señales funestas fue traída posteriormente por la religión católica. Se trata de los presagios de la caída de Jerusalén traducidos al contexto mesoamericano, que se implementaron como historia oficial.

Cueva de Cincalco a partir de una representación del Códice Durán (1581).
Desde la época virreinal ya se promovían noticias falsas con intenciones políticas.

R: Me resulta forzoso volver al elemento acuático originario: el agua. En la cosmovisión prehispánica, es un elemento femenino, frío, oscuro, fundamental para la vida y la muerte, matriz de las raíces, espejo líquido de su contraparte: el mundo masculino, de la guerra y la vida solar.
          En contraste, podemos pensar en el colonialismo actual como un sistema líquido que todo lo permea y empapa de forma invisible y casi inevitable, un modelo translúcido que al mismo tiempo contiene todos los colores y sabores, y trasciende cualquier frontera: un imperialismo escurridizo y transfronterizo. Dicho modelo de conquista moderna —una transconquista— consiste en la apropiación y el desplazamiento cultural por medio de una sigilosa imposición de nuevos gustos y formas de consumo.

Detalle de Kilómetro cero.

S: Es verdad, las características del agua y la forma en la que se utiliza socialmente pueden plantear metáforas poderosas como la que acabas de describir. Estas relaciones de poder me hacen pensar en una de las diferencias entre la ciudad moderna y una ciudad como Tenochtitlan. La urbe mexica no concebía la naturaleza como la otredad que debía ser exterminada para que el supuesto progreso se llevara a cabo, sino que desde su planteamiento ideológico era una misma cosa con el líquido vital. La relación entre el agua y aquella urbe es indisoluble, esta característica forma parte de la conocida dualidad mexica, representada en obras tan importantes como la Coatlicue o la llamada Piedra del Sol. En ésta, por ejemplo, se simbolizan dos periodos anuales: el de seca y el de agua.
          La alegoría que planteas con el agua y el capitalismo podría entonces iniciar en la ciudad virreinal. En este periodo se comenzó a secar el lago con la clara intención de controlar los recursos naturales —y por lo tanto a la sociedad—. Esto continúa en nuestros días, manifiesto en el intento de construir un aeropuerto sobre el último reducto de lo que fuera un majestuoso cuerpo de agua.

Detalle de Kilómetro cero.

R: Sigue sorprendiéndome que seamos una ciudad lacustre, una metrópoli sobre lo que fue un sistema hídrico. La dominación del lago fue una empresa que tardó más de tres siglos en fructificar, fue una obra novohispana que se extendió hasta el México moderno. El Popocatepetl y el Iztaccihuatl, el “cerro humeante” y la “mujer dormida”, son testigos de la historia de este valle altiplánico.

S: Bernardino de Sahagún asegura que, para los nahuas, los montes están fundados sobre el Tlalocan, el lugar de origen de ríos y manantiales, una especie de paraíso en donde abundan jitomates, maíces, chías, calabazas y otros frutos. De los montes surgen las nubes, pues contienen el agua y están cubiertos por tierra, como si se tratara de cáscaras o vientres que albergan el vital líquido: son lugares de contacto entre las personas y la otra realidad, lo sagrado.
          Por otro lado, la importancia del binomio Izta y Popo a través del tiempo, particularmente de este último por sus fumarolas y su actividad sísmica, es inabarcable. Las pirámides prehispánicas que conocemos hasta nuestros días son réplicas formales y representaciones ideológicas de la montaña sagrada. En el caso particular de la pirámide de Cholollan (Cholula), cuyo nombre se refiere parcialmente a cierta “agua que cae”, podemos apreciar cómo está realizada a imagen y semejanza de don Goyo, quien la enmarca en el horizonte. En muchas de las ofrendas o entierros encontrados en la Cuenca de México, los restos de las personas están orientados hacia el Popo y cuentan con representaciones escultóricas del volcán que incluyen a deidades que soplan, probablemente haciendo alusión a las fumarolas. Se piensa también que existió una tradición de arrojar cráneos de personas fallecidas o sacrificadas al cráter del volcán para “sembrarlos” y poder “cosechar” después vida humana, para mantener los ciclos vitales activos. En 1519 un asombrado Hernando Cortés envió a un grupo de hombres a intentar descubrir el secreto de las fumarolas en lo alto del volcán Popocatepetl, los cuales en sus palabras: “Fueron y trabajaron lo que fue posible por la subir, y jamás pudieron, a causa de la mucha nieve que en la sierra hay”.
          Lamentablemente, en 2021 un grupo de científicos declaró extinto el glaciar Ayoloco ubicado en la cumbre del Iztaccihuatl, el cual había permanecido congelado a través de los siglos. Este hecho dice mucho de nuestra sociedad y del modelo económico que rige nuestra época, que promueve la explotación desmedida de recursos.

Detalle de Kilómetro cero.

R: Volviendo a la Conquista, otro acontecimiento que me parece relevante para explicar la transformación de la Cuenca de México es la involuntaria guerra bacteriológica que desencadenaron los españoles con la viruela, que fue uno de los grandes aliados en contra de los mexicas. Fue una fuerza silenciosa e invisible que se desató en 1520 y azotó a la población americana durante varias décadas. Tengo la impresión de que uno de los órdenes naturales es la cíclica aparición de pandemias, como lo experimentamos recientemente. No obstante, mientras en ocasiones anteriores la peste tardaba décadas en avanzar, esta vez en un lapso de pocos días la enfermedad estaba presente en todo el globo, afectando a todo el pueblo. La palabra pandemia viene del griego pándēmos, formada a partir de pan “todo” y dêmos “pueblo”; su etimología es todavía más incluyente y democrática que la de democracia. 

S: Se piensa que el periodo de la batalla por Tenochtitlan y las posteriores guerras dentro del actual territorio mexicano conformaron uno de los fenómenos biológicos más nutridos e interesantes de la historia universal, pues se “encontraron”, por así decirlo, microorganismos de distintas partes del mundo en un mismo espacio. Con Cortés arribaron personas que habían padecido enfermedades que provenían de Asia y África. Cuando esta gente enfrentó las enfermedades del continente americano, se generó una especie de unificación bacteriana del planeta. No hay que perder de vista, sin embargo, que los guerreros europeos ya habían sido contagiados de viruela y otras enfermedades de generación en generación y habían desarrollado anticuerpos, de la misma forma en que nosotros actualmente estamos comenzando a generarlos para el SARS-CoV-2. En aquel entonces para los habitantes mesoamericanos y de las regiones cercanas la viruela fue devastadora. Una hipótesis fundamentada por Rodolfo Acuña-Soto plantea que fallecieron entre cinco y diecisiete millones de indígenas nativos. Después de la viruela en 1520, llegarían el sarampión en 1531 y el cocoliztli en 1545, afección que aún no se logra determinar con precisión. Cocoliztli quiere decir en náhuatl simplemente “enfermedad”.

Dos pandemias: viruela y covid-19. Ilustración realizada a partir del Códice florentino (1540-1585).

R: Volviendo al grabado, me parece relevante resaltar algunos detalles; en primer lugar, el auto que aparece junto al Templo Mayor y al lado del Palacio de la Autonomía. Esto está basado en un hecho acontecido un día de agosto de 1999, cuando un vehículo aceleró por una calle inexistente y voló hasta aterrizar sobre las ruinas del Templo Mayor. El coche quedó depositado como una extraña ofrenda moderna a los dioses y todos quedaron perplejos ante el sincretismo y el símbolo incomprensible que representaba esta involuntaria instalación. Se presagiaron augurios y se hicieron interpretaciones respecto al mensaje ancestral que enviaban los antiguos dioses. El piloto, que trabajaba como policía y conducía en estado de ebriedad, resultó ileso a pesar del forzoso aterrizaje. 
          Otro suceso acontecido en agosto, pero del año 1790, fue el hallazgo del monolito de la diosa Coatlicue mientras se realizaban obras hidráulicas y de remodelación del Zócalo de la Ciudad de México. La aterradora escultura con garras y cabeza de serpientes, adornada con cráneos, corazones y chorros de sangre que rematan en una falda de cascabeles entre culebras, fue exhumada cerca de la esquina del Palacio Nacional 269 años después de la caída de Tenochtitlan. La noticia llegó a Alexander von Humboldt, quien se interesó por el descubrimiento. Mientras tanto la escultura despertó el horror de los sectores dominantes y la curiosidad entre el pueblo, incluso comenzaron a aparecer ofrendas para la diosa, por lo que la volvieron a enterrar. Pronto emergió de la tierra otra pieza fundamental: la Piedra del Sol (mal llamada Calendario Azteca), que junto a la Coatlicue presagiaba el retorno de nuestra historia enterrada, la raíz prehispánica salía a la luz en los últimos años de la Colonia.
          Alexander von Humboldt visitó el territorio novohispano en 1803 y consiguió que la diosa de piedra fuera desenterrada para él. Midió, analizó y retrató el monolito con celeridad. Incluso descubrió que en su base había otra representación grabada de la misma Coatlicue; su versión terrenal estaba a la vista y debajo, en la cara que apunta al suelo, su versión inframundana. Von Humboldt se sorprendió por la premura con la que el clero volvió a enterrar el monolito y partió. La escultura había sido desenterrada y colocada en la Academia de San Carlos, donde, rodeada de esculturas grecolatinas clásicas, había desafiado los cánones estéticos de la época, por lo que fue puesta tras las rejas en una esquina del patio. La pieza generaba vergüenza en un amplio sector criollo de la sociedad y entre las élites académicas, además de que despertaba ritos entre la “indiada”.
          La historia es fascinante por el poder artístico y simbólico que posee el monolito. Gracias a su condición monstruosa —era una presencia aterradora— se preservó entre todas las piedras que se utilizaron para construir edificios durante el Virreinato. Era tal el miedo y el respeto que infundía que fue colocada bajo tierra, donde se preservó. Es tal el poder de su influjo que nadie se atrevió a romperla o dañarla para usarla como dintel o como elemento en una construcción, pues, más allá de ser una representación divina (como las de Cristo crucificado), la Coatlicue parece ser la divinidad en sí misma: su forma, su presencia, su ánima y su poder artístico generaron un terror que trascendió épocas, culturas y religiones. Afectó a lo largo de los siglos a los individuos desde lo emotivo y a través de lo simbólico. La diosa-monstruo no necesita traducción para ser, su estética amedrenta a todos sin excepción y su poder le ha permitido sobrevivir al mundo humano.

Detalle de Kilómetro cero.

S: En el centro de centros del paisaje que planteamos, encontramos también a Tlaltecuhtli, otra diosa enterrada en tiempos prehispánicos que decidió salir nuevamente a la superficie de la ciudad en 2006 para mostrarnos su carácter dual como deidad femenina que propicia la vida, pero que también tiene una sed de sangre insaciable. Es importante recordar que para las culturas mesoamericanas las creaciones que en la actualidad consideraríamos artísticas, tales como esculturas, relieves o murales, no representaban a los dioses, sino que eran las deidades en sí mismas, de modo que se les tenía que alimentar con sangre para mantenerlas con vida, como es probable que haya sucedido con el monolito de Tlaltecuhtli que permanece recostado en el Museo del Templo Mayor y que tiene un agujero en su centro. Le retiraron las entrañas antes de enterrarla. Así fue encontrada. ¿Por qué? Quizás para “matarla”.
           En el grabado encontramos cobijando el Templo Mayor —lugar de adoración a Tlaloc y a Huitzilopochtli— a las deidades gemelas Quetzalcoatl y Xolotl, quienes estaban asociados a lo que actualmente conocemos como el planeta Venus, un astro dual porque aparece en el cielo como la estrella más brillante de la mañana, pero también como la estrella del ocaso. Estos dioses permiten la transición entre la noche y el día, pero además promueven el movimiento cíclico del cosmos.

Detalle de Kilómetro cero.

R y S: Finalmente, en el fondo del grabado encontramos un axolote, “monstruo de agua”, que está festejando porque la ciudadanía eligió preservar el lago de Texcoco. Así nos sentimos también con el momento actual, optimistas por los cambios que están ocurriendo en nuestro país en lo que concierne al medio ambiente, la salud, la política, entre otros temas, aunque el camino es largo y aún quedan muchos retos por delante. Una de estas transformaciones es la generación de discusiones a quinientos años de la batalla por Tenochtitlan, las cuales nos permiten entender el pasado de una forma distinta y volver a pensar sobre nuestro presente. Continuemos con el diálogo.

Rodrigo Ímaz y Santiago Robles, Kilómetro cero, grabado en metal a tres tintas.
Edición de Tiempo Extra Editores, 44 x 30 cm, 2022