Santiago Robles
Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz
José Martí
Raíz
Podemos constatar en la vida pública nacional cómo muchas personas defienden el “desarrollo” económico a toda costa, inclusive a expensas de la vida de otras personas. Los decesos producidos por sus iniciativas los catalogan como daños colaterales y justifican la sangre derramada que deja a su paso la gran máquina “civilizadora”. La serie de anhelos que perseguimos socialmente en términos de éxito y riqueza son los que el propio sistema nos ha ido programando para interpretar como supuestos beneficios. ¿Es ético posicionar al dinero por encima de la vida? ¿Es verdad que trabajando mucho se puede llegar a ser rico en un entorno como el actual? ¿La gente es pobre porque así lo ha elegido? ¿Un grupo mínimo de personas merecen abundancia mientras la mayor parte de la población vive en condiciones de sometimiento económico, alimenticio, sanitario y demás?
Tallo
Siguiendo una ruta interpretativa similar, muchas personas piensan también que lo más importante para nuestra sociedad en términos económicos es que las empresas trasnacionales ofrezcan trabajo a las y los ciudadanos locales. Así justifican muchas consecuencias, como generar una alta degradación ambiental (irreversible en ciertos casos) o propiciar enormes injusticias sociales (explotación). “Quizá contaminan el medio ambiente, pero eso es inevitable y, en cambio, le dan sustento a muchas familias alrededor del mundo”, son el tipo de conclusiones que esgrimen como justificación.
Este tipo de argumentos no responden a una ética aceptable, pero se pueden entender cuando las emiten por individuos de las clases sociales más altas, los que se reparten el pastel. Pero ¿qué pasa cuando también son defendidos por personas de estratos económicos bajos? ¿Por qué a muchas personas les parece ideal estar sometidas a un grupo minoritario que sólo piensa en sus intereses y no en los de la mayoría? ¿Por qué defienden públicamente a estos individuos como si pertenecieran a su grupo social o se pudieran beneficiar directamente de él? ¿En qué momento se normaliza la destrucción de nuestro entorno en aras de un supuesto progreso?
Hoja
El discurso gubernamental neoliberal prometió que con la instauración de la mal llamada Reforma Energética mexicana del 2013 las gasolinas bajarían de precio; sin embargo, lo que sucedió fue todo lo contrario. La imposición de la “reforma” se palomeó de forma exprés en el Senado de la República (en un día) y se entregaron como regalo (es decir, a cambio de nada) los valiosos recursos de nuestra nación a las compañías petroleras trasnacionales y a las nuevas compañías nacionales creadas ex profeso para participar en esta contienda.
A las y los ciudadanos nos volvieron, una vez más, dependientes de sus transacciones y políticas de intereses injerencistas. Conocido es el caso, también, de médicos y dentistas norteamericanos que a mediados del siglo pasado promovían el consumo de marcas de cigarros comerciales. En efecto, profesionales de la salud, con licencia, invitaban públicamente a fumar. Cuando algo no suena lógico, $uena metálico, reza el dicho.
Mazorca
En el caso del maíz transgénico la situación es similar. Las promesas y beneficios que promueven las empresas que lo producen no concuerdan con la realidad. Pero vayamos paso por paso, porque la situación está enrevesada y tiene una gran complejidad debido a los múltiples aspectos (económicos, políticos, ambientales) involucrados en su producción, distribución y recolección de beneficios.
A compañías trasnacionales como Bayer o Dupont, productoras de semillas transgénicas, no les conviene que se socialice más de lo necesario el tema, y por ello buscan evadir el debate público. Con esto en mente, compran a científicos que les den un supuesto sustento a sus postulados e invierten inmensas cantidades de dinero para que se apruebe su mercancía y darle a ésta un toque de deseable. Las empresas transgénicas operan en la penumbra, creando laboratorios, operando detrás de otros, ocupando escritorios estratégicos, abasteciendo las rutas del dinero, comprando jueces (véase lo que está sucediendo actualmente con el amparo a Monsanto), infiltrándose sigilosamente en los puestos políticos para conducir las tomas de decisiones e intentar que las leyes se modifiquen a su favor. Esta forma de operar resulta familiar en nuestro contexto gracias a casos como los de Odebrecht e Iberdrola.
Los científicos corporativizados, es decir, los que son contratados o beneficiados de diversas formas por las compañías impulsoras de organismos genéticamente modificados, se han encargado de defender la postura de que los transgénicos son una buena solución económica y ecológica para importantísimos problemas globales como la desnutrición o la falta de alimento en la población.
Este discurso lo utilizan para anunciar un producto que es casi un remedio mágico, la fórmula secreta del con- juro sería el glifosato. En realidad, sabemos que el gran problema de la alimentación mundial no radica en la generación de alimentos sino, principalmente, en los problemas de distribución derivados de la desigualdad económica. Estos científicos por lo general tienen conflictos de interés que los descalificarían para participar en las discusiones públicas pero nunca lo declaran y aun así participan en paneles públicos de discusión como si fuesen jueces neutrales. La única ruta que defienden en el fondo es la del neoliberalismo, o para decirlo claramente, buscan generar rendimientos económicos estratosféricos y un poder avasallador a cambio de dañar la salud, la economía y la soberanía alimenticia de una cultura milenaria como la mexicana.
Semilla
¿Por qué no debemos aceptar la siembra de maíz transgénico en nuestro territorio? Las razones han sido ampliamente expuestas por el doctor David R. Schubert (quien ha sido dos veces acreedor al Premio Jacob Javits que otorga el Senado de los Estados Unidos de América) y también por organizaciones nacionales tales como la hoy desaparecida Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS Mx):
1 El maíz transgénico no es necesario porque las plagas para las cuales fueron creados (es decir, las de Estados Unidos de América o Europa) no son importantes en el contexto de los maíces nativos de México. Los campesinos, durante siglos, han seleccionado las semillas nativas que pueden resistir a las plagas locales y han desarrollado formas para controlarlas.
2 Introducir maíz genéticamente modificado a México significa un riesgo ambiental grave, puesto que en su origen el maíz es una especie nativa de nuestro país. Esta nación es centro de origen y diversidad de la semilla en el mundo.
3 No habrá vuelta atrás si el maíz transgénico se introduce a México, pues las variedades nativas se contaminarán de manera irreversible por los transgenes. No hay forma de evitar esta contaminación porque el polen viaja a través del aire y fecunda a las flores hembras, formando así los granos y mazorcas.
4 El maíz transgénico encarecerá la producción de alimentos: comprar la semilla año con año a las compañías transnacionales, en lugar de guardar la semilla nativa como lo han hecho siempre los campesinos, aumentará los costos a lo largo de toda la cadena alimentaria. Es obvio que los científicos corporativizados argumentan que los precios de la comida bajarán, igual que se decía en el ejemplo de la gasolina mencionado antes. Además, mantendrá sujetos a los campesinos a los precios de los vendedores de semillas, privándolos de su capacidad de elección y el control de su producción.
5 El maíz modificado genéticamente nos volverá dependientes de los monopolios globales (¡todavía más!). La subordinación a las semillas de estas corporaciones hará que la poca soberanía alimenticia que aún nos queda desaparezca, y la producción agrícola dependa de decisiones que no se toman por mexicanos ni a favor de nuestra población.
6 La salud humana está en riesgo si se consume en grandes cantidades las proteínas codificadas por los genes de la bacteria Bacillus thuringiensis (Bt), que se insertan en el material genético del maíz, pero sobre todo por los herbicidas como el glifosfato (que, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, es cancerígeno) y otros agroquímicos aplicados masivamente en cultivos transgénicos como la soya y el maíz. Ya hay numerosas evidencias científicas de que en las poblaciones cercanas a los grandes campos agrícolas de soya rociados con glifosfato han aumentado dramáticamente los casos de cáncer.
Los científicos asociados a las corporaciones argumentan que no se han encontrado enfermedades en los seres humanos que se puedan atribuir al consumo de maíz transgénico en los Estados Unidos de América; por lo tanto, se trata de un alimento seguro para consumo humano. Pero esto es falso; los vecinos del norte sólo se alimentan directamente de una muy pequeña porción del maíz modificado que producen, pues alimentarse de maíz no forma parte de su cultura alimentaria. La mayor parte la destinan a alimentar al ganado y a producir alcohol, jarabes y aceites. El maíz con genes de Bt es consumido por las personas principalmente en forma de alimentos altamente procesados, que no son componentes fundamentales de su dieta.
En México, en cambio, el maíz es nuestro alimento básico, el sustento de nuestra vida, por lo que comeríamos enormes cantidades de maíz transgénico. Lo prepararíamos de innumerables formas, como lo hemos hecho por cientos de años, lo cual implicaría una alta posibilidad de efectos nocivos no previstos, como reacciones inmunológicas. Como lo explica el Dr. Alejandro de Ávila Blomberg, en términos generales, aunque existen algunos estudios sobre la seguridad del maíz modificado genéticamente como alimento en otros países, no se han analizado los efectos que pueden tener para la salud las proteínas producidas por Bt bajo los distintos métodos de procesamiento del grano empleados en México.
Otra cuestión que es fundamental expresar es que en nuestra cultura será imposible detectar los daños que el maíz transgénico cause a la salud de la gente, debido a las múltiples formas de consumo y a las limitaciones técnicas de nuestro sistema de salud. Por esto, las empresas trasnacionales tienen tanto interés en traer la modernidad a México. Saben que aquí nunca tendrán que rendir cuentas por los daños que sus productos puedan causar a la salud de las personas. Dinero fresco y directo para sus bolsillos a cambio de vender falsas y verdes esperanzas, o como mejor lo explica el eslogan de Monsanto: “Food, health, hope”.
Olote
Las personas que justifican el desarrollo económico por sobre todo lo demás y las que promueven la siembra de maíz transgénico en México defienden sus intereses, sin importar sus consecuencias, a través de argumentos embusteros; por ejemplo, que las profundas desigualdades sociales se borrarán si seguimos protegiendo a la industria a toda costa, que hay gente obscenamente rica porque trabaja mucho y otra que muere de desnutrición porque es floja, que el medio ambiente puede y debe seguir aguantando el embate de las compañías trasnacionales porque éstas generan empleos, que no debemos preocuparnos por la diversidad del maíz porque el modificado genéticamente es inofensivo y resolverá los problemas de alimentación social.
Ojalá estos intereses privados se pudieran enunciar de forma abierta y quitándose las máscaras. Lo que realmente buscan es el beneficio económico para unos cuantos, la no regulación del mercado, difundir la creencia de que no existen alternativas a las imposiciones hegemónicas del poder y forzar la dependencia alimenticia de toda una nación. La milpa milenaria ha servido como un recurso inagotable para la generación de saberes. En palabras del Dr. Efraím Hernández Xolocotzi, pionero en la investigación de las razas de maíces nativos: “No es una fuente de conocimiento para beneficio propio, sino para beneficio de la comunidad. Y no nos enseña solamente a producir, sino también aconservar”.
Por su parte, los tzeltales de Chiapas complementarían esta idea: “Es en la semilla donde todo comienza y termina, es el principio y el fin”. Ese inicio y conclusión de nuestra simiente es lo que hoy está en combate en nuestro país. De un lado se encuentran las culturas, la salud, la defensa del medio ambiente y la soberanía alimentaria del país; del otro lado, las incalculables ganancias económicas de unas cuantas compañías disfrazadas de innovación y conocimiento. Mi maestro, Francisco Toledo, concluiría diciendo que contaminar nuestro maíz es atacar el corazón de México. Tonacayotl, te vamos a defender.
Pies de imagen en el orden de aparición
Los grabados que acompañan a este texto forman parte de la carpeta Maizal Gráfico (2023) cuya conformación fue coordinada por Fernando Gálvez de Aguinaga para el Taller de Gráfica Los Pinos del Complejo Cultural en Chapultepec.
Cezylea, Tlaltecuhtli, litografía, 2023.
Silvia Barbescu, Hijo de la tierra, serigrafía y grabado en linóleo, 2022.
Maribel Rodríguez, Mujer de maíz, grabado en linóleo, 2024.